El bate las alas pero, en su ánimo oscuro, parece más un murciélago que un enviado de Dios: ¡mi pobre angelito! Llega como un salvador para la industria de la cultura pop, que necesita una transfusión urgente porque, como si lo hubieran espantado con el crucifijo, el vampiro promedio inicia la retirada. El fenómeno se desangra. Después de Crepúsculo, True Blood o The Vampire Diaries, los ángeles se proponen como el último filón para reemplazar a los chupasangres y resumir una nueva espiritualidad juvenil aunque no tengan nada del rubicundo beatífico que el cotillón católico promovió en barrocas estampitas o el gordo Bergara Leumann, en su Botica: más bien, son seres oscuros y caídos en desgracia por haber coqueteado con el mal. “Sí, creo que los ángeles y quizá los zombies, paradójicamente, van a reemplazar a los vampiros en esta próxima década. ¿Tendrá que ver con que la muerte es un tabú hoy? Claramente nada más interesante para un teen que adentrarse en lo prohibido de su tiempo”, opina Luis Diego Fernández, de la editorial Random House Mondadori, que en julio editará el libro Fallen (acá, traducido como Oscuros). Emula de Stephenie Meyer, Lauren Kate es una escritora yanqui, recoleta en sus treintipico, que se volvió best seller allá con la historia de dos ángeles enamorados que reciben una pena divina: con reminiscencias góticas, Daniel y Lucinda son castigados al elegir su amor por encima de cualquier noción de bien y de mal, él es condenado a ser inmortal en la Tierra, ella a reencarnar como humana sin recordar su pasado y, probables fans de Evanescence con su himno My Immortal, los dos repetirán su flechazo como en cualquier Día de la Marmota porque cada vez que se encuentran… ella muere. El texto completo, acá.
>>> El Café de los Angelitos: bodegón del tango
Con tanto ser alado en el cine y la literatura pop, conviene darse una vuelta por la porteña esquina de Rivadavia y Rincón: el Café de los Angelitos fue fundado en 1890 y bautizado en 1920. Remodelado a nuevo aunque con demasiado tufillo for export, los bailarines de tango le sacan viruta al piso a cambio de petrodólares y, aun después de la reforma, conserva cierto espíritu del típico cafetín porteño del siglo XX, aunque en sus mesas ya no se despatarren ni sabihondos ni suicidas.
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