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El mapa y el territorio de nuestra literatura

Un continente entre tapas duras: si es cierto que, por definición, un atlas siempre es fallido (porque cuando se intenta ajustar una superficie esférica sobre una superficie plana aquella se distorsiona, digan lo que quieran los terraplanistas), este itinerario hace de la falta una virtud: en un compendio de escritores latinoamericanos, ¿cómo es que no figuran Borges ni Onetti pero sí Clarice Lispector y Leonora Carrington, que no nacieron en nuestra América pero acá crearon casi toda su obra? El Atlas de literatura latinoamericana, recién publicado en una deslumbrante edición con tapas en cartoné y las hermosas ilustraciones del porteño Agustín Comotto, es revulsivo en su concepción editorial: no parte del afán de completitud sino del deseo, o el capricho, que despierta la literatura.

 

El Atlas de literatura latinoamericana no parte del afán de completitud sino del deseo, o el capricho, que despierta la literatura.

 

“¿Borges, Onetti, Rulfo o García Márquez?”, se pregunta la escritora argentino-española Clara Obligado en el prólogo del Atlas y ella misma se responde: “No están en estas páginas, pero a la vez sí”. Esta cartografía literaria se organizó a partir de las lecturas de los escritores de esta época y así, Andrés Neuman escribe sobre Roberto Bolaño y Mariana Enríquez, sobre Silvina Ocampo, entre muchos otros. Las ausencias se compensan por las presencias que suponen un hallazgo: como el lector de un mapa inevitablemente impreciso que conduce a un tesoro secreto, el expedicionario descubrirá a la dominicana Camila Henríquez Ureña o al panameño Rogelio Sinán (justamente definido como “el desconocido insomne”). “Hay ausencias, es verdad, y también incorporaciones estimulantes”, escribe Obligado: “Hay, sobre todo, pasión y debate”. El vínculo entre tradición y actualidad se genera con los escritores clásicos elegidos por los escritores modernos y así se configura un nuevo canon, porque todo mapa es eso mismo: una convención derivada de la observación que nos dice que esa panza dibujada sobre el papel es una bahía y esa línea recta o puntuada, una frontera.

 

La tensión entre clasicismo y modernidad se expone en la vidriera de la librería: por estos días también se reeditó el Diccionario de autores latinoamericanos que César Aira publicó en 1998, un mamotreto erudito que con su volumetría de ladrillo reseña a decenas (¡cientos!) de escritores de este continente pero todos ellos nacidos antes de la década del 40, elegidos por el gusto omnívoro del autor por la lectura. Sin aspiraciones de exhaustivo o sistemático, es el trabajo de un acumulador compulsivo como esos que atesoran trastos en el living de los documentales del cable: personal y doméstico, un diccionario que excluye deliberadamente a los contemporáneos y que aun así comparte con el Atlas una vocación por el hallazgo. Dice Aira: “Está dirigido más bien al lector, y dentro de esta especie apunta a los buscadores de tesoros ocultos”.

 

Abro un par de páginas al azar y al caer en la G y en la R, me propongo leer algo del poeta mexicano José Gorostiza o de la poetisa chilena Winétt de Rokha, desconocidos absolutos para mí. Cualquier diccionario se somete al orden del abecedario pero un atlas se reserva la posibilidad del caos porque, como imaginó Borges, el rigor de la ciencia exige lo imposible: la única cartografía exacta es aquella en la que un mapa tenga el mismo tamaño que el territorio.

 

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.