“Entramos en un pequeño café, pedimos y nos sentamos en una mesa. Luego llegan dos personas: ‘Cinco cafés. Dos son para nosotros y tres, pendientes. Preguntamos: ‘¿Cuáles son esos cafés pendientes?’. Me dicen: ‘Esperá y vas a ver’. Después de un tiempo, vienen tres abogados y piden siete cafés: ‘Tres son para nosotros y cuatro pendientes’. Estamos sentados, hablamos y miramos a través de la puerta abierta la plaza iluminada por el sol delante de la cafetería. De repente, ahí aparece un hombre vestido muy pobre y, en voz baja, pregunta: ‘¿Le queda algún café pendiente?’”. La historia se multiplica en las redes sociales y se recuerda que la idea, tan simple como revolucionaria, nació hace unos años y se volvió viral en unos pocos días: como un buen samaritano, pagar el café que uno toma y dejar otro ya pago, el ahora célebre “café pendiente”, disponible para aquel que no pueda costearse una taza y que necesite la infusión para darse abrigo o empezar el día. Una auténtica cadena de favores.
En la Argentina, la página Facebook.com/CafePendiente promueve la movida y le da una dimensión real al verbo omnipresente en la época de los pulgares virtuales: “Compartir”. Creado en Nápoles, el “café pendiente” cruzó las fronteras y llegó hasta el fin del mundo, donde la cafetera napolitana sigue encima de las hornallas (¡bendita justicia poética!). Prima hermana de la Volturno, también consiste en dos cestas siamesas de acero inoxidable o aluminio, unidas por la cintura. Para conseguir una taza perfecta, ponga una cucharada de café con un molido medio en el filtro situado en la mitad de la cafetera (un truco: para que el aroma sea más intenso, humedezca la molienda con unas gotitas de agua antes de empezar). La cafetera napolitana se basa en el principio de filtración por gravedad, que es más lento y produce una bebida más espesa. Después de poner agua en uno de los recipientes de los extremos y el café molido en el compartimiento de la mitad, se lleva hasta el hervor. Entonces, se da vuelta la cafetera y se espera que caiga el agua a la que ahora es la parte inferior. Deje enfriar. Sirva. Beba.
El café napolitano inundará de perfume su cocina y, si lo anima un espíritu inquieto, agregue una pizca de cacao, una gota de alcohol o un puñado de especias al molido antes de llevarlo al agua. Para que la parábola sea completa, salga de su casa, vaya al bar de la esquina, pague dos cafés, tome uno. Y regale a un desconocido el sueño de la taza propia.
Publicado en Clarín
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El sueño de la taza propia
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