Atormentados por meses y meses de inviernos gélidos y oscuros, los países escandinavos son los mayores consumidores de café en el mundo (un finlandés promedio consume 15 kilos por año, mientras que un brasileño se las arregla con 6 y un argentino, apenas con un kilito). En Brooklyn, del otro lado del río East, la capital mundial del snobismo celebra la pasión nórdica por el espresso corto y reconcentrado. Sobre la avenida Bedford, antes de sumergirse en el territorio exclusivo de los hipsters de caricatura, la cafetería Oslo conserva el diseño ascético de los noruegos y bautiza sus blends con el nombre de las deidades máximas, aquellas que nosotros conocemos gracias a las historietas de Marvel: Thor y Odín (un observador lúcido notó que ignoraron a Loki, el hermano díscolo y responsable de las mayores desgracias). A unas cuadras de allí, ya en pleno barrio de Williamsburg, el que tiene las mejores vistas de Manhattan, el Swedish Espresso Bar se propone reunir a los súbditos del rey Carlos Gustavo en estas tierras para “tomar el café como se toma en Suecia”. ¿Alguien creía que esa manía por hablar al vesre fue un invento argentino? En el lunfardo sueco, a la infusión le dicen “fica“, que no es más que “kafi“, o café, al revés.
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El típico gusto nórdico en las calles de Brooklyn
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