“Los Canto”, así, en plural. Mito maldito o categoría aparte, Estela y Patricio fueron los niños terribles de la literatura argentina del siglo XX. “Fueron extraordinariamente cultos, inevitables y parias escandalosos dentro de la burguesía intelectual en torno a la revista Sur”, escribe Daniel Mecca, detective literario y triatlonista vocacional, en Los Canto, su libro recién publicado que ya engrosa esta antología de obras que hacen bien. ¿Eran dos malditos? No sé si tanto, pero fomentaban el malditismo en un ambiente que valoraba a los raros y se distinguían de sus amistades (Borges, Bioy, las hermanas Ocampo) porque vivían al sur de la avenida Rivadavia y rompían una regla de esa clase: eran muy indiscretos.
Un libro fascinante que revive la historia de Estela y Patricio Canto, los niños terribles de la literatura argentina del siglo XX.
Ella: nacida en 1915 y fallecida en 1994, fue periodista, traductora y novelista. Nieta de una familia uruguaya venida a menos, Estela no pudo mantener el nivel inmobiliario de sus antepasados pero sí algunos de sus fetiches: ambición de mundo y dominio del francés. Muy libre en lo sexual (una adelantada a su época), mantuvo una amistad íntima con Borges durante varios años alrededor de la década del 50 y un rumor familiar, no debidamente acreditado, dice en sordina que ella abortó un hijo de él. En cualquier caso, ese episodio no figura en Borges a contraluz, el libro que publicó tres años después de la muerte del maestro, donde ella reseña los acercamientos románticos de unos besos torpes, bruscos y siempre a destiempo y finalmente cuenta qué respondió a una propuesta de casamiento: “Lo haría con mucho gusto, Georgie, pero no olvides que soy una discípula de Bernard Shaw. No podemos casarnos si antes no nos acostamos”.
Él: nacido en 1916 y fallecido en 1989, fue traductor y novelista. Luminaria opaca, Patricio fue brillante: se lo ungió como el mejor alumno que pasó por el Nacional Buenos Aires en su tiempo. Solo escribió una novela, El caso Ortega y Gasset en 1958, y también integró el círculo íntimo de la revista Sur, donde cosechó amantes y enemigos, y allí el rumor de las tertulias magnificó el mito. ¿Tenía una relación incestuosa con su hermana? “Casi como fantasmas, los dos quedaron sepultados en el silencio de la historia oficial”, escribe Mecca en Los Canto, una obra que exigió una investigación de casi siete años y que, a la manera del Borges de Bioy, ese mausoleo prohibido, es una delicia para el fisgón. Como enumera el libro, en la fábula de los hermanos se cruzan los próceres literarios, los amores, la desolación, los chismes, el Partido Comunista, los espías ingleses, los amantes prohibidos y, a lo último: la soledad y el olvido. La obra de Mecca es admirable como documento histórico, fascinante en su reconstrucción de ambiente y finalmente un acto de justicia: la obra póstuma que los hermanos merecían.
¿Y el café?
Hombre de mundo pero hijo de su ciudad, Jorge Luis Borges fue habitué de muchas cafeterías porteñas, como la Confitería Saint Moritz, donde merendaba con su madre, el Tortoni o La Biela. Su flema británica (le gustaba que le dijeran “Georgie”) lo orientaba hacia el té inglés aunque también tomaba café con leche y el lector, si quisiera sentirse uno de los Canto, puede correrse hasta La Biela, frente al cementerio de la Recoleta, donde las estatuas de Borges y de Bioy comparten una mesa. La ilusión de pasar una merienda con ellos es fantasmagórica e incompleta: afectos en vida al comentario mordaz, estos muñecos no dicen nada.