Envueltos en plumas, desafían la dictadura que censura la pelada, la barriga o la arruga: son los viejos maricas de TikTok. Cuando aparecieron en la red social, estos cuatro jubilados que tienen entre 67 y 80 años y viven en Palm Springs, California, se convirtieron en la sensación de los celulares gracias a los videos donde cantan, bailan y posan todo lo que no pudieron en su juventud. Y ahora, con el libro The Old Gays Guide to the Good Life, que se publicó esta semana en Inglaterra, ellos se proponen narrar sus vidas como un manifiesto de libertad que exceda la tiranía del videíto y sus precoces tres minutos.
Los cuatro viejos putos de TikTok publican su primer libro, donde narran sus vidas como un manifiesto de libertad.
“Si no estás en TikTok vivís en el pasado”, dicen Mick, Jessay, Robert y Bill, los cuatro que en su cuenta @oldgays suman más de once millones de seguidores que los miran en distintos estadíos de la desnudez siempre púdica de una red social que veta lo que tapa el short: retozando en sunga a la vera de una pileta o bailando el último hit de Kylie Minogue en boas. Ellos vivieron escondidos sus años juveniles y fueron testigos de aquello que jamás imaginaron que verían: el matrimonio igualitario. Si es cierto que el edadismo, o la discriminación por edad, es una tara social muy vigente porque el culto a la juventud es una de las obsesiones más recurrentes de nuestra época, los Old Gays se rebelan ante la paradoja: hoy, cuando llegamos a edades insólitas con una buena calidad de vida, hacerse mayor ya no es sinónimo de experiencia o respetabilidad sino que adquirió valores peyorativos. “La cultura de la juventud está en todas partes”, dijo Mick al diario inglés The Observer: “Cuando cumplís 40, a no ser que estés casado y tengas una gran carrera, te volvés invisible”. Entre los hombres gays la exigencia es especialmente cruel siempre que se valoren, más que nada, unos músculos abultados y un culo prieto.
En The Old Gays Guide to the Good Life, un libro que conjuga la memoria colectiva, el manual de autoayuda, la foto sugerente y la anécdota picante, los cuatro exceden el marco módico de la pantallita que los hizo famosos y exploran la connotación original de lo viral: alguno comparte su diagnóstico de HIV positivo y todos recuerdan a los amigos que perdieron por el sida. Son sobrevivientes. No sólo de la epidemia sino también del rechazo familiar, el secreto y el homo-odio, pesares comunes de los “últimos homosexuales”, como los llama la sociología, aquellos que vivieron su sexualidad en la clandestinidad anterior a la visibilidad orgullosa. Los Old Gays son un caso de estudio, por anacrónicos: si otros adultos gays no encuentran referencias propias en un contexto social trastocado (el pasaje del régimen de la homosexualidad al de la gaycidad, según el investigador Ernesto Meccia), ellos se suman al challenge juvenil y se lo apropian sin caer en el oprobio mayor, el pendeviejo.
“Muchos jóvenes no conocen su propia historia”, dice Mick: “¿Piensan que la historia queer empieza con Lady Gaga? No, no”. Bill remata: “Esperá… ¡yo pensaba que empezó con Cher!”. Cultores del arte de hacerse viejos sin volverse aburridos, los cuatro encabezan un movimiento incipiente, pero que ya no podrá detenerse, que considera el envejecimiento como un privilegio y no como un castigo: la marcha del orgullo old.
Publicado en La Nación