“Una de las memorias más sordas, repugnantes, amargas, autocompasivas y horriblemente insalvables desde Mi lucha”: la periodista compara a Woody Allen con Adolf Hitler. En el diario The New York Post, la crítica cultural Maureen Callahan escribe que el cineasta es lo más desagradable del mundo y en las mismas páginas, pero unos días más tarde, otra periodista llamada Andrea Preyser responde: “Mia Farrow finalmente tuvo éxito en destruir a Woody Allen y todos deberíamos tener miedo”. La publicación de A propósito de nada, la esperadísima autobiografía del director que sale en estos días en castellano (ya la leí en inglés), aviva una discusión global y colectiva que empezó hace treinta años y que revela dos fenómenos de esta época: posverdad y cancelación.
La autobiografía más esperada del año y un dilema moral: “A propósito de nada”, de Woody Allen, revela dos fenómenos de esta época, posverdad y cancelación.
Si es cierto que no existen los hechos sino solo las interpretaciones, desde principios de los 90 se discute qué pasó: la hija Dylan (antes llamada Eliza y Malone) acusa a su padre Woody de haber abusado de ella, apoyada por su madre Mia y su hermano Ronan (antes Satchel); el padre Woody niega las acusaciones, apoyado por su hijo Moses y su esposa Soon-Yi y amparado por las pericias de la Justicia que lo declaró inocente. Es imposible saber qué sucedió. Y aunque lo correcto sea siempre apoyar a la víctima, en este caso son abrumadoras las pruebas a favor del acusado. Nada de eso importa. Los hechos objetivos (acá, incomprobables: sucedieron a puertas cerradas) son menos efectivos que la apelación a las emociones o las creencias individuales. Cada uno elige un bando y toma partido: Woody Allen fue “cancelado” por la mayoría de la sociedad, pero un grupo muy grande de personas cree que es inocente. En A propósito de nada, él es autoindulgente: en la primera mitad relata con ligereza sus almuerzos con actores o escritores en Elaine’s y en la segunda retruca cada uno de los argumentos de su exesposa. Aquí hago mías las palabras de Dwight Garner, crítico literario del diario The New York Times, atrapado en un dilema al escribir la reseña del libro: “Esto no será un veredicto sobre la moralidad de Allen. Ya hubo un montón de veredictos”.
¿Culpable o inocente? No lo sé. A veces no es necesario tener una opinión sobre cada cosa. El propio Woody Allen parece haberse resignado a representar ese papel en el limbo moral de su vida. Al término del libro, confiesa: “Al no creer en la existencia de otra vida, realmente no puedo ver la diferencia práctica en que la gente me recuerde como un director de cine o un pedófilo”. Y finalmente implora: “Todo lo que pido es que mis cenizas se esparzan cerca de una farmacia”.