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Los ecos del pasado en el presente

Fantasmas en la casa, prometen salir: si Los Ecos fuera una novela gótica clásica uno podría esperar el buuuhhh de una sábana con patas recorriendo los salones de una mansión embrujada entre caireles y relojes de pie. Pero es una novela sobre el peso actual del trauma, y la proyección hacia el futuro de los hechos del pasado, rabiosamente de esta época: sucede en un departamento alquilado de Londres en pleno siglo XXI y cuando Hannah, la protagonista, siente la presencia de un espíritu no busca respuestas en los libros de una logia secreta sino que le pregunta a Google. La última novela de la escritora inglesa Evie Wyld, que acaba de publicarse acá, sigue de cerca a Hannah, perseguida por los episodios de su infancia en Australia y los rastros de Max, su novio muerto. Ella escapa del pasado, pero es inevitable: aunque venga de muy atrás siempre nos alcanza.

 

Una novela sobre el peso del trauma histórico y cómo los hechos del pasado reverberan en el presente de manera inevitable.

 

“No creo en los fantasmas, cosa que, desde que me morí, se ha convertido en un problema”, dice Max, uno de los múltiples narradores de la novela. Y sin embargo ahí está, invisible a los espejos y sensible a las motas de polvo o los ecos de una habitación vacía. En un cruce de ayeres y mañanas, Hannah recuerda su mudanza a quince mil kilómetros del lugar donde nació, el departamento londinense que eligió con cálculo, los primeros tiempos de novios con Max, un aborto inconfesado (“mejor hacer de cuenta que nunca estuvo”) y más allá todavía, su niñez en una localidad polvorienta del interior australiano que guarda un secreto terrible. Ahí vivió con sus padres, su hermana, su tío y la novia de él, en un limbo familiar de calores abrasadores y tarántulas gigantes. El pueblo se llama Los Ecos y, aunque los adultos alguna vez pensaron que era un buen nombre porque representaba al campo y sus enseñanzas que se proyectarían al futuro, en la toponimia se esconde el tema de la novela de Wyld: cómo el pasado reverbera en el presente.

 

Todos los personajes piensan que si entierran aquello horrible que pasó sería como si no hubiera pasado nada. Los hechos sucedidos no se borran con el mandato contemporáneo (“finjamos demencia”) sino que dejan huellas en quienes somos y seremos. “Nadie escribe sobre el trauma como Wyld”, dijo la crítica Melissa Harrison en el diario inglés The Guardian: “Ella hace esto en gran medida al no escribir directamente sobre ello, ya sea transformándolo en metáfora, o centrándose solo en sus secuelas, o ambas cosas”. No es casual que el gran observador de la historia sea un fantasma, uno que dice: “Estoy seguro de que aquí es donde voy a enterarme de cómo morí y empezaré a resolver el rompecabezas que en algún momento me llevará por una luz blanca brillante hasta ascender a lo que sigue”. Y si al principio el lector tiene que hacer el esfuerzo de ubicar esas piezas en el tiempo y el espacio, al final todas conforman una figura donde conviven el espanto, el amor y la curación. 

 

En Los Ecos, la localidad, funcionaba la “escuelita”, que en realidad era un orfanato para “civilizar” a las niñas indígenas que al ser arrancadas de sus familias se lastimaban, se mataban o se morían por la negligencia o los castigos. Sus huesos se enterraban en el campo donde jugaban otros chicos pero los restos siempre se asoman a la superficie. En Los Ecos, la novela, después del espanto hay esperanza: al final, sale el espectro.

 

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.