“Mikael contempló con mucho respeto su máquina de café espresso, colocada en un mueble aparte. Era una Jura Impressa X7 con refrigerador de leche incorporado. Tampoco daba la sensación de haberse usado; probablemente, ya estaba allí cuando compró la casa. Mikael sabía que una Jura era el Rolls Royce del mundo del espresso, una máquina profesional para uso doméstico que valía más de setenta mil coronas. La que él tenía era de una marca mucho más modesta, la adquirió en John Wall y le costó algo más de tres mil quinientas coronas, una de las pocas inversiones extravagantes que se había permitido en la vida en el ámbito doméstico”.
El fragmento corresponde a la página 670 de La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, la segunda parte de la trilogía Millennium, que convirtió al sueco Stieg Larsson en best-seller póstumo. Se sabe que el sommelier de cafe ® es sueco adherente y, en esta historia posmoderna de suspense periodístico con profusión de marcas (los muebles de Ikea o los autos Volvo son personajes casi secundarios), no podía faltar una máquina deluxe. Las suizas Jura se promocionan como “fabricadas por profesionales para profesionales” y son la máxima expresión de las cafeteras de sistema espresso tradicional (no cápsulas): una Impressa X7, como la que tiene en su casa el personaje de Lisbeth Salander, viene con un display electrónico en siete idiomas, sistema automático de capuccino, dos molinillos de café y, de tan inteligente, se anuncia como “la primera cafetera plug & play”: enchufe y use. Cuesta 4 mil dólares, ay. Pero los que la probaron dicen que prepara el mejor café del mundo: elemental, Watson, para una novela policial donde los personajes sólo comen sandwiches y toman café de a termos.
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