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El valor de fracasar peor

Esta columna es un fracaso. Si a pesar de eso decide regalarle cuatro minutos de su tiempo, cosa suya: no romantiza el fallar ni ofrece promesas de éxito después del fiasco, como esas charlas TED donde un heredero nos cuenta qué bien le vino perder su primer millón. La lectura de Elogio del fracaso, el libro del filósofo rumano Costica Bradatan recién publicado, me reconcilia con mis pifies: enfoca la derrota con una visión humanista, muy lejos de la retórica de los gurúes de la autoayuda, los magos del marketing o los ejecutivos jubilados con mucho tiempo libre y sobre todo, no entiende el fracaso como un escalón hacia el éxito ni nada parecido.

 

A contramano de una época exitista, un filósofo rumano propone el fracaso como el fundamento para una vida bien vivida.

 

“El fracaso es esencial para lo que somos como seres humanos”, escribe Bradatan: “Nuestra forma de relacionarnos con él nos define, mientras que el éxito es complementario y fugaz, y no revela gran cosa”. En el origen está la etimología: en inglés, la palabra para definir el éxito es success, que viene del latín succedere (en castellano, suceder) y que remite a una secuencia, la cosa que pasa después de otra cosa. El fracaso interrumpe esa cadena de sucesos. Y si es cierto que, a pesar de ser puramente humano y universal, el fracaso está poco reconocido, este Elogio… cuenta cómo hacer un buen uso del desastre según el análisis de cuatro figuras del pensamiento (Simone Weil, Mahatma Gandhi, Emil Cioran y Yukio Mishima) que justifican el subtítulo del libro: “Cuatro lecciones de humildad”. Según el filósofo, “el fracaso puede obrar milagros en el conocimiento de nosotros mismos, en la salud y en la iluminación”. Algo difícil, pero no imposible, en una época organizada alrededor del imperativo del éxito.

 

Los gurúes del fracaso-como-éxito consiguieron sacar de contexto al mismísimo Samuel Beckett, eternizado en la frase inspiradora del sobrecito de azúcar (“inténtalo otra vez, fracasa otra vez, fracasa mejor”). Lo que no dicen es que la frase original es más larga: “Beckett propone algo incluso peor que ‘fracasar mejor’ y es ‘fracasar peor’”, escribe Bradatan. La frase completa del dramaturgo irlandés dice: “Inténtalo otra vez. Fracasa otra vez. Mejor otra vez. O mejor peor. Fracasa peor otra vez. Aún peor otra vez. Hasta que estés eternamente harto. Vomita eternamente”. Es una oferta poco atractiva en un tiempo donde se esconden los fracasos y se valoran los logros más que cualquier otra cosa; en el futuro inmediato, todos tendremos quince minutos de fama y recibiremos un Martín Fierro o seremos un fracaso. El filósofo no especula qué pensaría hoy Beckett (que era amigo de Cioran, a quien una vez le escribió “me siento a gusto entre sus ruinas”) pero se apoya en sus palabras para asegurar que el fracaso ayuda al conocimiento de uno mismo y a sanar la enfermedad fundamental del humano: su vecindad con la nada. Entre tanto coach de autoayuda, la moraleja es simple: “El fracaso siempre genera humildad”, concluye Bradatan: “Si no es así, no es un fracaso verdadero, sólo ‘un peldaño hacia el éxito’ que también podríamos denominar autoengaño”.

 

El domingo que viene, en mi próxima columna, me propondré fracasar peor. Si aprendí algo de lo leído, el fracaso debería ser una oportunidad para conocerme mejor, no para resignarme ante la idea de la derrota sino para confrontar mis límites, y aceptar el vacío: un auténtico éxito.

 

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.