Londres: sueño de una tarde de verano

Cuenta la leyenda que, un buen día de 1871 y consternado por la posibilidad de perderse un partido de cricket entre su pueblo y la comarca vecina, un tal Sir John Lubbock decretó como feriado el último lunes de agosto: en este Reino, la noble tradición se mantiene, con la única excusa de estirar un poco más el verano antes de que empiecen las clases. Se le dice “carnival bank holiday” y se celebra en las callecitas de Notting Hill, el barrio inmortalizado por Julie Roberts y el zonzo de Hugh Grant, y ya consagrado al esparcimiento de los “bo-bos“: bohemios-burgueses que cortan el tránsito para aplaudir el desfile de la comparsa. ¡Mueva, mueva! En la púdica Londres, hay taco, conchero y pluma.
Los gentiles bobbies, inmortalizados como policías inofensivos en El show de Benny Hill, ordenan la multitud con modales british y, desde la esquina de la avenida Notting Hill Gate y Linden Gardens, los franceses hacen lo que mejor les sale: en la pastelería Paul Rhodes (el fundador homónimo es dueño de tres estrellas en la Guía Michelin), el turista farináceo encuentra sosiego ante el síndrome de abstinencia: la vidriera luce lo mejor de la panadería en francés (¡croissant! ¡baguette! ¡brioche!), todo decorado con el amor de un maestro generoso, pródigo en cremas y confites. Un maquinón express marca Gaggia provee los cafés para bajar tantos bollos: a 2,10 libras esterlinas el latte (casi unos 4 dólares), se sirve en taza de loza o en vaso de cartón reciclable para llevar, mientras las delicias se ofrecen calientes o al natural. Desde la barra, baristas y pasteleros insisten en hablarle en francés a las clientas, algunas vestidas hoy como vedettongas promedio, mientras en el gesto se les adivina el pensamiento que cita a Asterix, el héroe galo eterno: “Estos ingleses están majaretas”.