“Cuando a los once años me trasladé con mis padres a Alemania, eché mucho de menos el aroma del café recién tostado. Mi padre tomaba café soluble o a veces café de filtro. Ninguno de los dos tenía el olor del kahve, el café turco. No entendía cómo podía tomar ese brebaje y a la vez quejarse constantemente de dolor de estómago (mi abuela nunca había tenido dolor de barriga)”.
Lo dijo Yasar Karaoglu, en el libro Culto al café (Editorial Océano, 2004).