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Música del pasado en tiempo presente

La música puede tener olor. Si le parece que no, anímese a rebatir al escritor japonés Haruki Murakami: “Es una música cargada de aromas a café solo, a cenicero lleno de colillas y a soledad en algún lugar perdido de una gran urbe, a primer jersey del otoño, a novela de Georges Bataille o de William Faulkner”. Para él, eso significa la música de Thelonious Monk, su ídolo máximo. En Retratos de jazz, el hermoso libro que acaba de publicarse con textos de Murakami y dibujos de Makoto Wada, el lector se siente como un parroquiano más del Peter Cat, el club de jazz que el escritor dirigió en Tokio antes de ser bestseller, donde uno era invariablemente recibido con una canción de Monk, el pianista que lograba un sonido como el de alguien que pica hielo con un punzón, y que al japonés lo llevó a gritar: “¡Esto es jazz! ¡Esto!”. 

 

En “Retratos de jazz”, Haruki Murakami da curso a su amor por el arte de Coltrane, Monk y compañía en 55 perfiles marcados por la emoción y el método.

 

A fines de la década de 1970, Murakami y su esposa dirigieron Peter Cat, el boliche bautizado en honor a su gato, y al que la pareja concibió como un “refugio de jazz”. Abierto todo el día, se convirtió en un pequeño epicentro de la vida cultural de su época y así lo recuerda Murakami en De qué hablo cuando hablo de correr, su famoso ensayo sobre el running: “No era ni muy grande ni muy pequeño. Teníamos un piano de cola y apenas cabía un quinteto. De día servíamos café; de noche, era un bar. También servíamos comida bastante decente y los fines de semana había shows. Este tipo de club de jazz con shows era bastante raro por aquel entonces, así que conseguimos una clientela estable y el local prosperó económicamente”. El Peter Cat cerró en 1984 porque Murakami decidió dedicarse a la escritura; pero nunca dejó de correr sus diez kilómetros diarios y a mí, que también corro una distancia similar y mis carreras están musicalizadas por John Coltrane, se me ocurre que la comparación es evidente: el jazz es como correr, una sucesión de notas suspendidas en un movimiento que parece estático. Tiempo real. Puro presente.

 

En Retratos de jazz, los perfiles de cincuenta y cinco artistas están marcados por la emoción y el método. El ilustrador Wada eligió los nombres (en orden de aparición, desde Chet Baker hasta Gil Evans) y después Murakami hizo lo suyo: buscaba un disco determinado en su colección de vinilos, ponía el álbum en la bandeja conectada a unos viejos parlantes JBL, se acomodaba en su butaca y escuchaba… “dejándome mecer por la música”. Y después nomás iba a la mesa y garabateaba unas primeras impresiones que tomaron la forma de perfiles con referencias autobiográficas y consejos para escuchar a los músicos. Uno podría suponer que el libro no tuvo demasiada edición porque algo de eso, el hecho de que no haya necesitado ir muy lejos ni pensar demasiado para escribir, se traduce en los textos: nada académicos ni sofisticados, expresan la urgencia de un melómano al que la música le arde en los oídos y le quema en los dedos.

 

Según el escritor, la música de Fats Waller combina seriedad y burla, algo similar a lo que se encuentra en el universo literario de Edgar Allan Poe o en el musical de Kurt Weill, y la voz de Billie Holiday le pareció maravillosa recién muchos años después de haberla descubierto, “lo cual significa que envejecer tiene sus aspectos positivos”. Como el tango o el whisky, el jazz espera. Mientras tanto, que suene la más maravillosa música. Para Murakami, no es arte. Es magia.

 

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.