Conmovido por el afecto animal, o acaso reblandecido por los festejos de un cachorro entusiasta, Charles Darwin quiso dejar por escrito su interpretación de los lametones: “Los perros tienen una sorprendente forma de demostrar su afecto, la de lamer la mano o la cara de sus amos”. Si es cierto que el lamido puede parecer un acto de cariño para el dueño, ¿es un gesto de cariño para el perro? Malas noticias, Darwin: las últimas investigaciones en comportamiento animal comprobaron que los perros y los lobos simplemente lamen el hocico del recién llegado para saber a través del olor dónde estuvo… y si en ese lugar había comida.
¿Huelen los perros la tristeza? ¿Cómo perciben el paso del tiempo? ¿Piensan? Una experta en comportamiento animal devela estos y otros secretos.
Las nuevas teorías de la etología, la rama de la biología y la psicología experimental que estudia el comportamiento de los animales, revelan ideas modernas sobre lo que sucede adentro de la cabeza de un perro y por qué es irrefrenable su impulso por seguir una bicicleta, cómo es capaz de oler la tristeza de su dueño y por qué puede darse cuenta del paso del tiempo. “Podemos pensar que un animal es feliz cuando levanta las comisuras de los labios, pero esa ‘sonrisa’ puede ser engañosa”, desmiente Alexandra Horowitz, profesora de Psicología de la Universidad de Columbia, doctora en Ciencia Cognitiva de la Universidad de San Diego y autora del best seller En la mente de un perro (Editorial Del Nuevo Extremo): “En los delfines, la sonrisa es una característica fisiológica fija y entre los chimpancés, lo que parece una sonrisa es signo de miedo o sumisión, lo más opuesto a la felicidad”. Si en el siglo XIX el eminente Darwin cayó en la tentación de antropomorfizar el saludo de su perro, e interpretar sus actos como si fueran los de un humano, a principios del siglo XX el biólogo alemán Jakob von Uexküll acuñó el término umwelt para describir el mundo subjetivo, o “automundo”, del animal. Ahí donde el umwelt exprese cómo es la vida para el perro, el libro de Horowitz es revulsivo en la idea: todos los animales, incluidos los humanos, aprenden fácilmente a establecer asociaciones entre sucesos. Conclusión: los perros también piensan.
-¿Cómo podría explicar el concepto del “umwelt” en un perro?
-Es una palabra presentada por Jakob von Uexküll para describir la “mirada del mundo” de un animal. Es como la “perspectiva” del animal: su punto de vista. Para poder entender el umwelt de un perro hace falta saber cómo mira el mundo a través de sus ojos, sus oídos, su nariz, y qué cosas son significativas o importantes para él.
-¿Los perros perciben el mundo igual que nosotros?
-Definitivamente no. Para empezar, ellos primero huelen. En el libro describo cuán magníficamente perspicaz es la nariz del perro. Mientras que su visión es similar a la nuestra (a pesar de que ven mejor de cerca y sólo perciben algunos colores), podemos imaginar que ellos perciben el mundo a través de sus narices. ¿Y cómo sería un mundo en el que valieran más los aromas que las visiones? Esa es la pregunta del momento.
Aunque miopes, los ojos del perro se encuentran con los del humano. Si los cachorros comparten con los niños eso que se llama “apego” (la preferencia por el cuidador principal sobre los demás), la etología demuestra que el perro es el único animal que mira a los ojos del hombre. La mirada sostenida es afirmación de autoridad y, a la vez, manifestación de empatía. “Los perros establecen contacto visual y nos miran en busca de información sobre la ubicación de la comida, sobre nuestros sentimientos, sobre lo que esté ocurriendo”, escribe Horowitz. Pendientes de cada uno de nuestros actos, interpretan movimientos o estados de ánimo. El contacto visual genera un sentimiento muy parecido al que produce el contacto físico porque eleva los niveles de oxitocina en el cuerpo, creando una sensación de satisfacción incomparable. Según publicó The New York Times, entre el 14 y el 62 por ciento de los 165 millones de perros y gatos que hay en los Estados Unidos duermen en la cama con sus dueños, en abierto desafío a todas las nociones de asepsia, como testigos silenciosos de nuestros sueños o temores nocturnos.
-¿Los perros son “antropólogos naturales” entre nosotros?
-Esa es una frase que uso para describir a los perros, porque las mascotas domésticas se pasan muchísimas horas en casa observándonos. El resultado de esas largas observaciones es que ellos terminan conociendo nuestros hábitos y comportamientos bastante bien. Y pueden usar esa información para predecir qué vamos a hacer, y para saber cuando las cosas nos van mal.
-¿De qué manera los perros huelen el paso del tiempo o la tristeza del hombre?
-Los perros huelen el paso del tiempo porque se dan cuenta de los cambios en los olores. Todos los aromas se degradan; así, un olor fuerte es “nuevo”; y uno débil representa algo que sucedió en el pasado. Ellos también pueden oler nuestra tristeza a través de las hormonas que emitimos cuando estamos decaídos, o estresados, o ansiosos. Los perros tienen un órgano vomeronasal encima del paladar, con el que pueden detectar hormonas. Es parte del motivo por el cual ellos están tan interesados en el aroma de la orina que un perro dejó en un poste de luz, y también en nuestros propios olores.
-En su amplia experiencia, ¿cuál es el descubrimiento más espectacular acerca de la mente de un perro?
-Sigo sorprendida cuando pienso en sus narices sorprendentes. Los perros rastreadores pueden ser entrenados para indicar el camino que tomó una persona y para diferenciar la concentración de olor entre su pie izquierdo y su pie derecho. Ver el mundo de esa manera puede ser transformador. Definitivamente subvaloramos la nariz de un perro. Espero que la gente que lea el libro empiece a dejar a su perro ir más lento durante un paseo para que pueda oler como una señal todo lo que encuentre a su paso.
Ante el perro guardián, el visitante trémulo trastabilla y el saber popular repite: “Los perros huelen el miedo”. Es cierto. Así como la nariz humana tiene 6 millones de puntos olfativos receptores, la del sabueso cuenta con 300 millones. Y si el hombre es incapaz de percibir la adrenalina que el cuerpo humano utiliza para prepararse a salir corriendo ante algo que puede ser peligroso, el perro sí puede olerla, así como puede oler una cucharadita de azúcar diluida en 4 millones de litros de agua, unas dos piscinas olímpicas. Los perros son hábiles lectores de nuestra forma de comportarnos. En apenas un microsegundo, un complejo engranaje de “pensamiento” animal bucea en el cerebro de un Lassie cualquiera para encontrar la información almacenada acerca de adrenalina, miedo, azúcar o piscinas olímpicas.
-¿Los perros realmente piensan?
-Sí, eso está fuera de discusión. No pueden pensar cómo los humanos porque no tienen lenguaje. Pero guardan recuerdos, hacen planes, tienen expectativas, sienten emociones. Y, a su manera, son muy inteligentes.
Publicado en Clarín en agosto de 2011