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Una monedita para empezar el día

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“Un verdadero restaurante de dibujos animados”: así define la cantante Patti Smith, en su genial autobiografía artística Éramos unos niños, ese invento de la anticuada modernidad norteamericana que nunca trascendió las fronteras de los Estados Unidos: el Automat. Escenario de las comedias dulces de Doris Day y de los cuentos agrios de John Cheever, era el comedero de las familias numerosas con recursos módicos. “La rutina consistía en agarrar un lugar y una bandeja e ir hasta la pared del fondo, donde había una serie de ventanillas”, recuerda Smith: “Insertabas unas cuantas monedas en una ranura, abrías la trampilla de vidrio y sacabas un sándwich o un pastel de manzana”. La sabrosa muestra Lunch Hour, que se está exhibiendo en la Biblioteca Pública de Nueva York, exhuma el Automat para instrucción de las nuevas generaciones y le rinde tributo como el gran difusor del café entre los gringos.

En una época de bebidas aguadas y deslucidas, el café que servía el Automat era legendario: H&H, la empresa concesionaria de las máquinas, tostaba sus propios granos y mezclaba un blend especial de seis variedades con un toque de achicoria. Cada Automat, a lo largo y a lo ancho de los Estados Unidos, preparaba café fresco todos los días y nunca se guardaba por más de una hora. Durante décadas, la taza costó apenas 5 centavos, una bagatela que los clientes atesoraban como un tesoro cotidiano. Pero la monedita no alcanzaba para cubrir los costos. A principios de la década del ‘50, los Automat perdieron 2 millones de dólares (entonces y ahora, ¡una fortuna!) sólo por vender el café barato y, aunque intentaron achicar la diferencia rebajando la infusión y agregándole leche a la crema, las cuentas no cerraban. El café del Automat se consideraba casi un derecho consagrado por la Constitución. Hasta que llegó el día funesto: el 29 de noviembre de 1950, el precio se duplicó y el café empezó a venderse por… 10 centavos. Aunque el valor seguía siendo razonable, las ventas cayeron de 70 a 45 millones de tazas por año. La revolución del café fue el principio del fin para los Automat: aun necesitados de una taza caliente para empezar el día, los clientes abandonaron sus mesas porque sintieron el aumento como una bofetada a sus famélicos bolsillos.

Publicado en Clarín

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.