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Ese loco y estúpido amor por el cine

Le hago una pregunta: ¿alguna vez le pasó eso de salir del cine y sentirse de un modo raro, como si pudiera flotar después de haber visto Blade Runner o con el cuerpo especialmente pesado después de un drama sueco? Si la respuesta es afirmativa, tengo malas noticias: es probable que usted sea un cinéfilo. Y la cinefilia, aunque suele resaltarse como el amor por el cine, en realidad entraña arrebatos pasionales y censores, indignaciones, rabias, dolores o tristezas. Ese es el diagnóstico del crítico español Vicente Monroy, que acaba de publicar Contra la cinefilia, un libro que elude la eterna pregunta ontológica (“¿qué es el cine?”) y propone algunas respuestas a la duda existencial: ¿quiénes somos los que amamos el cine con locura?

 

Un ensayo contra los excesos de la cinefilia: ¿quiénes somos los que amamos el cine con locura?

 

“Para el cinéfilo, el cine es mucho más que una serie de películas aisladas”, escribe Monroy: “Es un gran mundo que se traslada de película en película, dentro y fuera del campo de lo visible, y que está dotado de consistencia propia”. Si es cierto que existe una especie de simbiosis carnal entre el cine y el cinéfilo, este tiende a ver el mundo como si fuera parte de una película interminable: “Insiste en la idea de que el cine ofrece, más que las otras artes, la experiencia verdadera de la vida, de las calles, de sus gentes. Esta certeza lo convierte en un intelectual muy diferente del lector empedernido o del amante de la pintura”. El cine ofrece a algunos una experiencia superadora de la realidad: de ahí que, ante la contemplación de un paisaje especialmente bonito, el espectador arrobado diga “¡parece una película!”, aun cuando sepa que ninguna película podría ser más real que lo real. Por eso a Monroy le interesa, como le interesaba a Roland Barthes, el momento de la salida del cine (“el sujeto que les habla debe reconocer una cosa: le gusta el acto de salir de una sala de cine”, reconoció el maestro francés, a quien no le gustaba el cine como arte). Al encontrarse en una calle iluminada y con el cuerpo todavía entumecido, uno vuelve de una especie de hipnosis.

 

Sucede que algunos nos quedamos ahí, como esa tarde que tuvieron que echarme a escobazos de una sala del Abasto, hecho yo un mar de lágrimas inconsolables después de una función vespertina de Secreto en la montaña. “Los cinéfilos desarrollan una relación patológica con el objeto de su deseo”, escribe Monroy. En Contra la cinefilia, analiza lo exagerado del romance entre nosotros y ese arte de esta época, pero siempre en crisis, y nos devela como esos amantes que no se enteran de que la película ha terminado.

 

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.