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Alguien puede pensar en mi vejiga

Un viaje a Río: si al despegar aprieta play de la película, pongámosle la última de Batman, será tan larga como el vuelo. Es probable que la comparación se me ocurra porque, en el período histórico conocido como “la vieja normalidad”, uno de los atractivos de viajar en avión era ver películas antes que en el cine; pero eso ahora es casi imposible, no solo por lo que cuestan los pasajes sino porque las películas son demasiado largas. Probablemente sea un fenómeno de época derivado del hábito del streaming: en su casa, aun aquel de vejiga más urgida puede pausar la función en cualquier momento para ir al baño. Pero incluso así se proyecta una paradoja: en tiempos de consumos culturales fraccionados y espasmódicos, al espectador que se impacienta con un videíto de TikTok se le pide que aguante sentado tres horas en el cine (y que se quede hasta después de los títulos).

 

El fenómeno de las películas XL: los grandes estudios las hacen cada vez más largas para convertirlas en un acontecimiento.

 

“La duración de una película puede afectar el presupuesto, las ganancias y el boca a boca”, escribió la crítica Rebecca Rubin en la revista Variety: “Con millones de dólares en juego, esos minutos preciosos nunca son arbitrarios. En una era en la que no faltan opciones de entretenimiento, los directores, productores o ejecutivos no necesitan que nadie salga de una película y piense: ‘Fue buena, pero demasiado larga’”. Sin llegar a la amansadora The Cure for Insomnia, la película de 85 horas que se considera la más extensa de la historia, las tres horas de Batman o Sin tiempo para morir provocan más problemas que ventajas: las salas pierden el turno de una función y los canales de cine hacen malabares para programarlas (se calcula que el tiempo óptimo de duración de una película es 91 minutos porque cabe en un segmento de dos horas con cuatro cortes comerciales). Además, media o una hora extra de metraje aumentan el presupuesto un 25 por ciento y eso en Hollywood significa una millonada. ¿Por qué hacen películas tan largas entonces? Para convertirlas en un acontecimiento. Según dijo Sarah Atkinson, profesora de Medios del King’s College de Londres, en el diario The Guardian, “todo es parte de incentivar a la gente para que vaya y pague una entrada, cosa que ya no haría salvo por un evento grande, épico y especial”.

 

¡Más grande, más rápido, más fuerte! O más largo, nomás: agotadas las balas de fogueo, las películas se estiiiiiiran para lograr que usted, espectador perezoso, deje el sofá y vaya hasta un cine. Tras dos años de pandemia, un destino posible es Ciudad Gótica: aun asolada por un rejunte de archivillanos, puede ser un gran viaje.

 

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.