Este fin de semana, cuando haya llegado al año 4722, China se habrá consagrado como el país más antiguo y más moderno del mundo. Y ese sincretismo, el de una cultura que traza la elipsis completa de la humanidad, es el gran atractivo de La última virgen comunista, el libro de cuentos de la escritora Wang Ping recién publicado acá: entre las chabolas sin baño propio y un mismo colchón para toda la familia de los años de la Revolución Cultural hasta los rascacielos intimidantes de ahora, una selección de siete relatos donde la gran transformación china es más sorprendente que un dragón de madera.
Una selección de siete relatos donde la gran transformación china es más sorprendente que un dragón de madera.
“Mi hermana y yo no teníamos nada en común, excepto una cosa. No nos parecíamos físicamente, ni compartíamos modales o habilidades sociales, pero nos unía el deseo de tener una cama propia”, escribe Wang en el cuento “Donde estallan las amapolas” y la niña, que ve algo tremendo que no debería haber visto, es el símbolo de una sociedad azorada ante la fórmula del insólito comunismo-capitalista (la novedad de esta semana es que China podría ser el primer país del mundo en ofrecer a sus habitantes una renta básica universal, algo que reclaman como un derecho humano… los países nórdicos). Esa niña es la protagonista del primero de los siete relatos y aunque son independientes también pueden leerse de corrido, como una novela fragmentada en el que el anhelo infantil por tener un rosal propio trae la desdicha (“como decía mi abuela: la belleza y el mal van de la mano”) y que se opone a la fábula de una chica virgen que debe adaptarse para sobrevivir en una ciudad pecaminosa.
A los 66 años, Wang es una escritora, poeta, traductora y artista visual muy reconocida con una vida dividida en dos tiempos: antes y después de 1985, cuando dejó su natal Shanghái y se mudó a Nueva York, donde obtuvo un doctorado. El año pasado vino de visita a la Feria de Editores y se declaró tan cercana a la Argentina como puede estar una lectora frecuente de Borges: “Las buenas historias conectan los corazones y las mentes de todos los países, todas las razas, todas las culturas”, dijo. En La última virgen comunista se exponen los dramas del exilio, más que nada entre aquellos que blanquean su piel para quitarle lo amarillo (“no importa donde vivas, eres Chinatown”, recrimina un hombre a su esposa) y la persistencia de una “L” ahí donde debería pronunciarse la “R” conduce a que se hable chinglish, la mezcla bastarda del chino con el inglés. En la narrativa de Wang todo es contraste: el amor nace aun en la miseria de la guerra interna de 1969 que mató a cientos de jóvenes, y en esta época el consumismo lleva de excursión a los chinos millonarios por las tiendas de lujo de Manhattan. Al final, la extrañeza: un anciano expatriado vuelve a Beijing para restaurar el honor de un hombre de su familia pero la ciudad, oculta bajo un domo de smog y plagada de edificios altísimos, le resulta irreconocible.
Xin nian kuai le. O feliz año nuevo en chino simplificado (¡hasta el idioma cambió en China!). Los cuentos de Wang son emocionantes y conducen a la lectura del que sigue, con historias que mezclan la nobleza con la miseria. El florecer de una rosa sugiere que todo puede ser posible, incluso la esperanza o la alegría, pero cualquier cuento chino tiene la misma moraleja: le ji sheng bei, el exceso de felicidad trae tragedias.
Publicado en La Nación