En “¿Y dónde están los Morgan?”, la nueva comedia de Sarah Jessica Parker y Hugh Grant mezcla conflictos de pareja con la pica entre ciudad y pueblo. Y confirma los clichés más obvios sobre urbanitas y campesinos.
El viejo adagio de Luca Prodan (sí, aquel de la “rubia-tarada-bronceada-aburrida”) no sólo se cumple sino que se multiplica: aturdida debajo de una pelucota blonda y enturbiada la vista por las pestañas postizas o el exceso de rímmel, Sarah Jessica Parker ya se volvió una burla de sí misma, una réplica paródica de la lúcida Carrie Bradshaw que, en los primeros tiempos de Sex and the City, podía ver el mundo con una capa de ironía. Eternizada en el papel de frívola neoyorquina se la percibe trémula sobre sus stilettos y, en el colmo de la tilinguería, inadaptada para la vida rural, ella tan cosmopolita. Rubia tarada, sí. En la película ¿Y dónde están los Morgan?, la trama se reduce al mero paso de comedia: un matrimonio en crisis (ella, Sarah Jessica, dueña de una inmobiliaria; él, Hugh Grant, abogado con tontolona flema británica) asiste a un asesinato en Manhattan e, ingresado en el Sistema de Protección de Testigos, es confinado allá donde dobla el viento, el pueblito de Ray, Wyoming, con un centro de dos cuadras y el rodeo como única atracción. Los contrastes entre ciudad/campo sirven para confirmar todos los clichés (el urbanita es mezquino y egocéntrico; el rural es desinteresado y generoso) y si esta comedia aplica apenas para ser un telefilm berreta, la trama es tan obvia que desespera. Casi una remake lobotomizada de todas las comedias sobre parejas filmadas hasta ahora. El texto completo, acá.
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