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El cuerpo como campo de batalla

 

“Cuando me lean, imaginen un cuerpo robusto, de volúmenes desproporcionados, grueso en general, de caminar lento porque no es fácil a mi edad desplazarse con ritmo”. El de Claudia Rodríguez es un cuerpo invadido por kilos de siliconas, bombardeado por inyecciones de hormonas, inundado por litros de aceite espeso: un guitarrón que, cuando está recién teñido, ondulado y maquillado, se parece al de Pamela Anderson pero chilena y deslenguada. A los 56 años, Claudia es trans-andina. Y en Cuerpos para odiar, el libro recién publicado acá que recopila muchos de sus textos desparramados por fanzines del otro lado de la Cordillera, recupera retazos de la vida de alguien que se negó a ser niño, que quiso ser hija de su madre y que usó el cuerpo como campo de batalla.

 

Dos libros autobiográficos sobre la transformación personal y el cuerpo y el nombre como posibilidad y anhelo o ejercicio de imaginación.

 

Si las mujeres no existen en la historia, cómo podrían existir las travestis: de la falta se nutre la obra de Claudia, que es una de las principales referentes del movimiento trans latinoamericano al afirmar que los derechos humanos son también derechos sexuales. En 1991, ya en democracia, se dedicó al activismo a través del arte (“en todos los lugares donde yo veía un espacio, iba con mi poesía travesti…”) y en su escritura se aprecia el tono casi fragmentario de la oralidad puesta sobre el papel: son textos truncos, yuxtapuestos, increíbles y dispersos pero aquí reunidos, recuperados de “una producción precaria, de autogestión, que desobedece a las omnipresentes industrias culturales… producción a la que se le puede llamar despectivamente como fanzine, una producción del fracaso, sin editorial”. Inspirada por la Teoría King Kong de Virginie Despentes, Claudia cree que toda literatura es política aunque sus temas sean la silicona, la gonorrea o el poto.

 

Y en Cuerpos para odiar transmite la sensación desoladora de “saber que una desaparecerá de un mundo que persistirá igual de feliz sin nosotras”. Es que a doce años de la sanción de la Ley de Identidad de Género en la Argentina, la renovación ultraconservadora vuelve con la idea aberrante: hay gente que no es una esperanza para nadie. Por estos días también se publicó El secreto más profundo, el libro de memorias de Giovi Novello, un activista santafesino que nació niña y a los cinco años dijo qué quería ser cuando fuera grande: varón. “En la mesa familiar no hablan de las personas trans, nadie nos nombra en voz alta; en la escuela no existimos; en el amor somos lo oculto; en las cicatrices somos lo repulsivo; en los libros no hay cuerpos como los nuestros; en la niñez somos lo equivocado; en la adolescencia, el abrazo negado y en la adultez estamos solos”. El cuerpo y el nombre como posibilidad y anhelo o ejercicio de imaginación, en un mundo donde el odio y el miedo se gritan en voz alta; para Claudia, “las travestis podemos tener poderes que ni siquiera imaginamos, podríamos contar con la misma potencia heroica que la Mujer Maravilla”.

 

 

Las evidencias de la lucha se llevan en medio del pecho, como cucardas de unas vidas dedicadas a la transformación: dos globos de silicona o los tajos ahí donde deberían estar las mamas. Son las huellas palpables de existencias invisibles. “Si niñas como yo no existen, es porque nuestras vidas no han sido cuentos infantiles”, concluye Claudia: “‘Hubo una vez un niño que se transformó y fue feliz para siempre’”.

 

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.