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El empacho en la saciedad de consumo

En toda receta, la ecuación es inversamente proporcional: para preparar un plato hace falta lo que se haya pensado, conseguido y preparado durante días, o incluso cientos (¡miles!) de días si se cuenta el tiempo necesario para criar animales, cultivar las verduras, cosechar las especias, crear las recetas… “Y, sin embargo, en general despacho en no mucho más de media hora la mayoría de mis comidas”, se lamenta el célebre pensador francés Jacques Attali en Historias de la alimentación, su último libro recién publicado acá, un ensayo sobre la evolución de la comida en términos de consumo cultural (¿qué comían los humanos hace diez mil años, nos veremos obligados a comer lo que nos impone la inteligencia artificial?) pero, más que nada, una reflexión acerca de las consecuencias gastronómicas del ultracapitalismo. ¿Estamos en el horno?

 

En Historias de la alimentación, el pensador francés Jacques Attali repasa la evolución de la comida en términos de consumo cultural.

 

Si es cierto que la comida es esencial para la constitución de una cultura y su evolución, es evidente que esta fase tardía del capitalismo modificó nuestras costumbres a la mesa. “¿Por qué nos privamos así de un placer simple, esencial, vital?”, se pregunta Attali, y también: “¿Por qué es cada vez menos habitual compartir una comida? ¿Por qué las únicas comidas que prosperan son las de negocios? ¿Por qué ya no comemos otra cosa, en unos cuantos minutos (salvo los más ricos entre los seres humanos), que alimentos industriales, repletos de azúcar y grasa?”. Pasa que la comida establece la estructura de las relaciones sociales: en el pasado, las religiones se definieron por aquello que prohibieron comer a sus fieles y en el presente, el alimento está sujeto a las tiranías del apuro, la exigencia y la productividad. La historia y la geopolítica son fábulas de la comida. 

 

Hagamos el arroz, y no la guerra. Según Attali, “alimentarse y hacer la guerra proceden de los mismos medios y las mismas metas”. El fuego, pero también la palanca, el arco, la rueda, las microondas, la agricultura y la ganadería son inventos nacidos de la necesidad de alimentarse, así como la pólvora, la dinamita o la bomba nuclear se crearon para guerrear. En estas Historias de la alimentación se dice que todas las cosas importantes se decidieron, y se deciden todavía, durante una comida y para asegurarse la posibilidad de seguir comiendo, desde los banquetes con los dioses hasta las cenas de negocios. Pero nunca como ahora la comida se convirtió en un activo más de la industria del entretenimiento, con cocineros adorados como rockstars y alimentos ultraprocesados que prometen una solución mágica al apetito por la eficiencia: cómo comer sin cocinar.

 

“La economía quiere que comamos rápido productos cada vez más industriales e invirtamos en ellos la menor cantidad de dinero posible, para tener con qué comprar todos los otros productos que propone la sociedad de consumo”, escribe Attali. En sus libros anteriores, que revisaron las historias de la medicina, la propiedad, el nomadismo, el amor o la muerte, entre muchos otros temas, se propuso demostrar que sin un conocimiento erudito del pasado no hay teoría del presente ni predicción del futuro: “Si queremos que la humanidad sobreviva, tendremos que descifrar el modo en que las generaciones anteriores se alimentaron”, dice ahora y busca en la historia una receta para curar el empacho en la saciedad de consumo.

 

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.