Hormigas, escarabajos, gorgojos y hasta cucarachas: vivarachos o moribundos, salen del frasco para participar de los juegos eróticos de un hombre que solo se excita si los bichos corretean por el cuerpo de su amante. Parece rarísimo pero tiene nombre (y si está definido, está dentro del campo semántico de lo humano): formicofilia, “el placer sexual derivado de tener insectos arrastrándose por el cuerpo, especialmente en los genitales, e incluso que entren en los orificios hasta alcanzar el orgasmo”. Mientras los caminos del placer son complejos, y en una época que relativiza la idea de normalidad, se busca la respuesta a una pregunta ontológica: ¿soy yo normal?
Un debate sobre la normalidad sexual: de a poco, el concepto de “normal” va siendo reemplazado por el de “común”.
“La normalidad tiene a menudo un sentido moral, pero también tiene un sentido meramente estadístico”, escribe el español Luisgé Martín en su flamante ensayo ¿Soy yo normal?, una obrita que explora la actualidad de las filias y parafilias sexuales. Hace unos años resultaba usual decir de algo o alguien que “era normal”: hoy, el concepto es inconveniente (atendiendo a la estadística más que a la moral, se reemplazará normal por común). En su libro, Martín postula la caducidad del sexo adánico (hombre-mujer, arriba-abajo) y despatologiza la rareza erótica, tan extraña como la del grupo de fanáticos del cineasta John Waters que reemplazaron la piel de sus escrotos por membranas sintéticas transparentes para excitarse al ver el interior de sus testículos en acción (sí, eso existe). Entonces, ¿qué es la normalidad en el sexo y cómo se define lo que podría escapar de ella? “La sexualidad ha sido siempre considerada un aviso de la naturaleza humana”, escribe Martín: “De sus mansedumbres y también de sus vicios”. Con su combinación de biologicismo y constructivismo, nuestra raza es la única de todo el planeta que convierte la sexualidad en un fetiche, un pasatiempo o un consumo: al sexo, nada de lo humano le es ajeno.
En ¿Soy yo normal?, la experiencia de campo se funde con la teoría: Martín conjuga la historia de Marcos y Sara, dos treintañeros de Barcelona que en la intimidad se someten a los mandatos de la desigualdad y la dominación, con los postulados de Wilhelm Stekel, el discípulo de Freud que inauguró el término parafilia (el interés sexual inusual, antes conocido como perversión). Están quienes se excitan con insectos y quienes desean a ladrones y asesinos; en todo caso, más que el juicio o el horror, la pulsión erótica debe ser vista con ojos que reconozcan a los de su misma especie porque, como dijo un poeta, “copular es cosa de bestias, solo la desviación es humana”.
Publicado en La Nación