Ese potus que está detrás suyo se está moviendo. Sí, ese mismo. Probablemente no lo note a no ser que tenga una extraordinaria capacidad de atención y muchísima paciencia. Pero se está moviendo. “Lo que las plantas no pueden hacer no es moverse sino desplazarse, al menos mientras viven”, confirma el científico italiano Stefano Mancuso, uno de los mayores expertos mundiales en neurobiología vegetal. Porque, además de moverse, las plantas también sienten. Y piensan. En El increíble viaje de las plantas, un libro fascinante recién publicado acá, Mancuso revela el carácter pionero y conquistador de los vegetales. ¿O acaso el muro de una casa abandonada no es invadido al poco tiempo por enredaderas, helechos o parietarias?
Un viaje hacia la vida secreta de las plantas: sienten, piensan, son solidarias y se mueven. Sí, se mueven.
“El adjetivo que las define no debería ser ‘inmóviles’ sino ‘sésiles’ o, si lo preferís, ‘arraigadas’”, define Mancuso y propone mirar los miles de videos grabados en cámara rápida y colgados en internet donde pueden comprobarse los incontables movimientos de una planta durante el día. Pero además, las plantas viajan. Generación tras generación, van a la conquista de nuevos espacios: una isla aparecida en el Atlántico Norte que en menos de un año estuvo sepultada bajo el manto verde de plantas vasculares o Prípiat, la ciudad clausurada cerca de Chernobyl que a tres décadas de la catástrofe nuclear se convirtió en una selva más espesa que cualquiera de Camboya. Las plantas lo copan todo: suponen el 99,7 por ciento de la vida del planeta y podrían sobrevivir sin los animales ahí donde los humanos nos moriríamos sin ellas. Director del Laboratorio Internacional de Neurobiología Vegetal de la Universidad de Florencia, Mancuso es conocido como “el hombre que habla con las plantas”: confesor de ficus y azaleas, nos recuerda que gracias al reino vegetal tenemos oxígeno, atmósfera y alimentos. Y en El increíble viaje de las plantas demuestra algo que la miopía humana parece ignorar: que las plantas viajan hasta en el tiempo porque se conoce el caso de vegetales revividos a partir de semillas que permanecieron congeladas en hielo durante 39.000 años.
En esta época incierta, los humanos tenemos mucho que aprender de las plantas: desarrollaron una fabulosa capacidad de resistencia a la adversidad. En Nagasaki se rinde tributo a los hibakujumoku, los árboles que sobrevivieron a la bomba atómica, y el más venerado de ellos es uno que está a solo 370 metros del epicentro de la explosión. Testigo mudo del horror, es un Salix babylonica: en una ironía que sugiere cuánto sufrió al ver de cerca la destrucción humana, un sauce llorón.