Una virginal publicidad argentina repetía “la pausa son cinco minutos…” y es cierto que ese recreo puede ser la salvación para el que cabecea en la fatal hora de la siesta laboral o para el que pierde el hilo durante una conferencia: “¿Nos tomamos un coffee break?”. Toda una tradición en el mundo del trabajo, las ferias y las convenciones, uno podría creer que está ahí desde que existe el salario o desde que regalan biromes con feos logos impresos. Pero el coffee break también tuvo su fundación mítica: si la cafetera mecánica empezó a usarse durante la Revolución Industrial inglesa para mantener a los obreros en alerta durante el manejo de las máquinas, la pausa para tomar café llegó un poco más tarde: en 1902, la empresa New York’s Barcolo Manufacturing Company, establecida en Buffalo, Estados Unidos, consagró el derecho laboral no escrito pero indiscutible. Cinco minutos. Ni uno más ni uno menos.
La cafeína es un alcaloide natural, un estimulante del sistema nervioso, la sustancia farmacológica más consumida en el mundo: los patrones pioneros pronto advirtieron sus ventajas y montaron en sus empresas esas auténticas fábricas de jugo de paraguas: las máquinas expendedoras de café del pasillo. Después de la Segunda Guerra Mundial aparecieron los primeros aparatos de “vending” (así se llaman en la jerga): inventados por el ingeniero militar armenio Cyrus Melikian en 1946, se popularizaron con el nombre de Kwik Kafes, un juego de palabras (“cafés rápidos”) que contaba con la bendición de los gerentes: con una percolación de café en polvo y agua caliente, sostenía una fabulosa promesa comercial (“¡el café se prepara en 3 segundos!”) y cumplía con el ritmo fabril de la oficina. El empleado iba hasta la máquina, bebía y volvía a su escritorio bien despierto. Pero recién en 1952 la ideota tuvo nombre propio: la Pan-American Coffee Bureau, una organización dedicada a fomentar entre los yanquis el consumo de granos colombianos y brasileños, lanzó una campaña de publicidad con el lema imbatible: “Bríndese un coffee break y vea lo que el café le brinda a usted”. Como dirían en la mafia, una oferta que no podría rechazar: ¿nos tomamos cinco minutos y nos tomamos un café?
Publicado en Clarín
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En 5 minutos, la historia del coffee break
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