En el bistró, café y máquinas de coser

Mientras se estrena la versión latinoamericana de Project Runway (¡cómo se extraña el sentido auf wiedersehen de Heidi Klum!), los fashionistas tienen otro motivo de gozo en el mundo: en París, el bistró Sweat Shop ofrece cafecitos y, en lugar de computadoras con wi-fi, máquinas de coser. La idea es que los parroquianos con ambiciones de diseñadores puedan ponerse a armar ahí mismo sus modelitos en las robustas Singer. En medio de la recesión y las protestas sociales que paralizan a Francia, una maquilladora suiza y una diseñadora austríaca abrieron las puertas de su coqueto local en el barrio Canal Saint Martain, que todavía no le pisa los talones a Le Marais pero, de a poco, se está poniendo de moda. Dicen que “después de todos esos años en los que lo más importante era consumir, ahora la gente está más enfocada en reciclar, ahorrar y ser creativa“. Y por ahí van los clientes, entre espressos, brioches y retazos.
Las diez máquinas de coser que fueron provistas sin cargo por Singer (a 7,90 dólares la hora) se montan sobre viejos pupitres escolares y la decoración es, por lo menos, ecléctica: muebles y objetos de segunda mano, en combinación con una cabeza de venado que sería el horror del ecologista promedio. Para los novatos, hay clases de costura cinco noches por semana (“un tipo de educación que las escuelas no brindan”, según las dueñas de Sweat Shop). Pero además, y mientras planean abrir otros tres locales en los próximos tres años (uno en Nueva York), sirven café: un espresso fuerte, para evitar los cabeceos de los costureros vocacionales frente a las máquinas. No dan puntada sin hilo.