En exclusiva, Ian Brennan, el ideólogo de “Glee”, explica por qué la serie se convirtió en el último fenómeno adolescente.
Y llegó el buen día en que los más freaks del colegio se ganaron el respeto de los populares. Acaso haya sido cuando los recios futbolistas americanos golearon en un partido después de ensayar la coreo de Single Ladies según el pasito impuesto por Beyoncé. O cuando uno de los nerds se hizo millonario creando un programa de televisión rompe-ratings sobre sus propias experiencias como integrante de un coro de inadaptados. Entre la ficción y la realidad, ésta es la historia de Ian Brennan, el ideólogo de Glee, la serie que estrena el jueves su segunda temporada y que retrata un entrañable universo de perdedores que se redimen gracias a la música pop. “No queríamos que fuera un nuevo High School Musical: a pesar de ser una comedia centrada en la secundaria, buscamos que tuviera historias adultas”, le dice Ian al Sí! por teléfono desde la meca del showbiz, Los Angeles. En los ’90, él mismo crecía abúlico en un páramo de Illinois, “un lugar demasiado normal donde aun ahí existe el deseo de brillar”. El inquieto Ian se anotó en el coro de su colegio hasta que su director, oops, fue condenado por abuso sexual. La chispa se había encendido: canciones pop + adolescentes problemáticos + escándalo escolar = ¡eureka! Su propia idea del Sueño Americano lo llevó a comprarse el libro Screenwriting for Dummies (algo así como “escritura para principiantes”) y bocetar el guión de lo que sería su película, Glee, que gracias a un encuentro fortuito con Ryan Murphy (el productor de la gloriosa Nip/Tuck) se convertiría en serie, crearía un star system juvenil, ganaría un Globo de Oro y daría nueva vida a la industria musical con una idea tan obvia como irresistible: hacer covers de las canciones que sabemos todos.
“Y como no queríamos hacer High School Musical.”, insiste y arrastra las letras de “high” casi como si fuera un escupitajo de desprecio, “… por eso pusimos a la genia de Sue Sylvester (la cruelísima profe de gimnasia interpretada por Jane Lynch), que corta con el sentimentalismo y aporta la mirada cínica: ésa es mi parte favorita”. Si es cierto que Glee es el programa más gay jamás grabado (con esa profusión de musicales y drama queens que resuelven los conflictos cantando y bailando), también es revulsivo al ofrecer una mirada sardónica de la adolescencia, tan alejada del candor tween del Disney Channel como de la delincuencia juvenil de Calles salvajes. Así, uno de los cismas de la religión catódica es el que separa a los que odian la serie de aquellos que la aman y se autobautizaron gleeks. “Tengo grandes esperanzas de lo que será esta generación: en EE.UU. se habla de ‘Generación Glee’ y yo no lo puedo creer. Son todos estos pibes superconectados que se asumen como ‘ciudadanos del mundo’ antes que cualquier otra cosa”, opina Ian, hoy guionista de la serie que lleva al prime time temas como el aborto, la homosexualidad, la discapacidad y la anorexia en alumnos de 16 años que sufren el rechazo en los pasillos de la preparatoria, donde los deportistas y las porristas los bañan con vasotes de jugo y los dejan teñidos en desprecio para toda la mañana. Pero si miran la foto de acá abajo, ahora son ellos los que nos enchastran a nosotros. ¿La redención se encuentra en el ranking Billboard? Asume Ian: “Estamos dando forma a una nueva noción de cultura joven”.
En un acto de justicia melódico, las canciones de monstruos sagrados (Lennon, Madonna, Britney) o de antiguas glorias del oprobio kitsch (Olivia Newton-John, Paul Anka, Judy Garland) salen del armario para el rescate emotivo. “En la serie, la música nace de la escritura y depende de la historia: el capítulo con más canciones fue el de Madonna, creo que nueve o diez, y no ponemos más temas porque quedaría muy forzado”, devela Ian, que escribe todos los episodios junto con Murphy y el guionista Brad Falchuk: a contramano de los grandes shows de la TV yanqui, que cuentan con equipos de veinte autores, en Glee es casi una tarea íntima: “Murphy tiene un oído fantástico y se acuerda de todas esas canciones de los ’80. y los otros dos escribimos. Los temas deben ser una parte orgánica de la historia y la música es, apenas, una intermediaria para contar algo: la idea es que el propio guión la traiga”. Ya con seis discos editados (uno dedicado al especial The Rocky Horror Glee Club), la serie le dio oxígeno a la industria asfixiada por el pirateo y se ganó fans como Sir Paul McCartney, Susan Boyle o Kings of Leon, que prestarán su música para esta segunda temporada aunque no se dejarán ver por la preparatoria. Al final, explica Ian: “Bueno, es que la acción transcurre en Ohio. ¿Cómo podríamos justificar tantas visitas famosas? ¡No es El crucero del amor!”
Publicado hoy en Clarín
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