“Una cosa que sirve para buscar cosas”. Todo lo más preciso que puede ser ante lo desconocido (¿qué corno es eso de Altavista o Geocities?), así explica el padre a su hijo para qué sirve aquello que lleva a su casa de un pueblito cercano a Nápoles un 26 de octubre de 1998: internet. Aun sin saberlo, esa cosa será vital para el derrotero sentimental del ragazzo en Generación 56k, la nueva serie italiana de Netflix, una comedia que explora la matriz romántica de los que pasamos de la niñez a la adultez justo cuando nacía internet y los dispositivos electrónicos empezaban a servir, entre infinitas otras cosas, para buscar pareja. Pero en la ternura que despiertan el armatoste de un blanco arratonado o el módem en su hercúleo intento de conexión telefónica (priiiiiiiiiaaaiiidfghjklpriiiiiiiiiiaaaaiiii), la serie delata un fenómeno de esta época: la nostalgia por los 90.
Nostalgia romántica por los años 90: la serie “Generación 56k” consagra el nuevo berretín generacional.
“Lo que viene son las grandes ficciones ambientadas en la década del 90 porque los que estamos alrededor de los 40 queremos recordar nuestra juventud”, dice mi amigo Tomás, un editor experimentado. Tiene lógica: por definición, los jóvenes no son nostálgicos así que la aparición de la nostalgia sería un primer síntoma de que se abandona la juventud y se extraña aquello que se pierde. El revivalismo es el impulso principal de la cultura pop actual y es el corazón de Generación 56k, una serie que remite al módem desde el título y que resulta muy sugerente al narrar la acción en dos tiempos: los 90, cuando se miraba porno en videocasete y la computadora empezaba a desplazarse de su función laboral o educativa hacia lo social, y el presente, cuando las apps de citas develan lo instantáneo, o fugaz, que puede ser el romance. También tiene sentido: para esta generación anfibia, la primera que vivió el tránsito de una vida analógica hacia una digital, internet es el epicentro de la existencia. Y en la elipsis se traza esa parábola vital, desde los años en que internet era un lugar de la casa al que uno iba hasta ahora, cuando internet viene con uno a todos lados.
Para muchos, el pitido infernal de la conexión telefónica equivalía a una canción de amor: el preludio del levante. Y si es cierto que la precariedad sentimental, así como la nostalgia y cierta tendencia a la queja o el conformismo, son marcas generacionales, ojalá el futuro nos juzgue con indulgencia: tenemos vínculos tan frágiles como la conexión de un módem maldito que cortaba el chamuyo cada vez que alguien en casa levantaba el teléfono para pedir una pizza.