Cámara de fotos, filmadora, brújula, mapa, radio portátil, televisor, agenda, reloj y más: como todo esto funciona el teléfono aunque, paradójicamente pero acaso con el anhelo de retener aunque sea algo de su esencia, le seguimos diciendo teléfono. Pero también funciona como telégrafo, cuando intercambiamos mensajes escritos; como contestador automático, para dejar mensajes grabados; o como walkie-talkie, al enviar alternadamente mensajes de voz. En su ensayo ¿Hola?, recién publicado acá, el pensador Martín Kohan analiza esta tara de época: la involución del milagro mayor del teléfono, hablar en vivo y en directo con otro aunque el otro no esté aquí, y su reemplazo por modos de comunicación más primitivos. Cambio y fuera.
La extinción de un tipo de conversación: con la muerte del teléfono fijo desaparece una manera de hablar.
Entre todas las cosas que me maravillaron de México, país al que tuve que viajar bastante seguido por trabajo, una de las más entrañables es su manera de atender el teléfono: “¿bueno?”, así entre signos de interrogación, como también alguien dice “¿mande?” o “¿diga?”, pero la forma más frecuente es la que da título al libro. “Es un uso muy específico del ‘hola’ que no corresponde a la función de saludo”, me dice Kohan durante una entrevista (realizada, claro: por teléfono): “Si había una dificultad en la línea uno volvía a decir ‘¿hola?’ y la palabra ya no se estaba usando para saludar sino para corroborar que el teléfono funcionara bien y era el último resto de asombro ante el prodigio de que semejante cosa podía estar ocurriendo”. Ese milagro es el de la comunicación a distancia, que fundó un género de conversación que no existía hasta su invención porque no se habla igual cara a cara que por teléfono (para Kohan, un sucedáneo de la confesión religiosa o el diván psicoanalítico). Todo un modo original de relación social y su forma inédita de privacidad hoy están desapareciendo. “Del teléfono parece haber quedado solamente la palabra porque usamos el aparato para una infinidad de cosas menos para hablar por teléfono”, compara y en su libro destila un gesto de anticipación melancólica por aquello que se pierde: intercambiar mensajes de texto o grabaciones de audio no es conversar.
¡Teléfono descompuesto! El empeño nominalista de seguir llamándolo teléfono delata la voluntad de mantener algo del orden de lo sagrado. En su réquiem textual, Kohan lamenta el tránsito del aparato fijo al móvil porque, aun con la ventaja incomparable de la portabilidad, se extingue un tipo de conversación que nació al calor de una tecnología revolucionaria y hoy languidece como charla de velorio: hay una lágrima sobre el teléfono.
Publicado en La Nación