“¿El blend para espresso de la casa o el café de origen del día?”: ésta es la pregunta de protocolo en Intelligentsia Coffee, primera sucursal neoyorquina. Respuesta: “El café de origen del día”. Hoy, El Pino-Matalapa, de El Salvador. La tostadora de café de Chicago, pionera en difundir el concepto de café “inteligente” ocupa el lobby del elegantísimo hotel Highline Park, sobre la avenida 10, pura clase británica en un edificio de piedra rojiza tapizado con todas las formas posibles de lo mullido, pero sin recepción ni conserjería: jóvenes eléctricos recorren la planta baja, vestidos como modelos y pertrechados con aparatitos que ayudan a los huéspedes a encontrar su habitación o pedir un taxi. Desde 1995, Intelligentsia Coffee compra directamente los granos a caficultores de Centroamérica, Sudamérica, el este de África y Etiopía. Y tiene cuatro tostadoras industriales que fueron ensambladas en Alemania y que refinan la fórmula de su café excelso, que se distribuye en sus escasas cafeterías y en muchos (¡muchísimos!) bares y restaurantes a lo largo de los Estados Unidos. En el Meatpacking District de Manhattan, a metros del High Line que se levanta sobre el cadáver de una vía de tren abandonada, las alfombras amortiguan el sonido de la cafetera La Marzoco. Cromada y vaporosa, operada por una barista que hace de cada erogación un ritual preciso, casi desesperante, es la reina de un hotel donde la única aristocracia posible es la del dinero y la modernidad.
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La receta del café inteligente
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