Con el porte de su elegancia desgarbada y en glorioso blanco y negro, James Stewart se preocupa por lo que se anuncia como un desastre: una cena familiar con una madre fanatizada por las teorías conspirativas de QAnon y un padre casado en segundas nupcias con otro hombre. Demasiado audaz para una película de 1939, ¿no? Este es el truco: las imágenes pertenecen a Nacidos para amarse, un melodrama del Hollywood clásico, pero el sonido corresponde a un guion y un doblaje nuevos, interpretados por los mejores comediantes actuales. Tan simple, pero aun así fascinante, como eso: la serie Cinema Toast, recién estrenada en la plataforma Paramount+, reinventa el cine de ayer con los temas y las voces de hoy.
El cine clásico, con diálogos modernos: la serie “Cinema Toast” reinventa las películas de ayer con los temas y las voces de hoy.
Mi memoria emotiva como televidente precoz recuerda El hombre del doblaje, un sketch fabuloso del programa Hiperhumor en el que el cómico uruguayo Eduardo D’Angelo presentaba “una cabalgata nostálgica por el mundo del espectáculo” donde doblaba el western o el romance con el diálogo insólito (“¡quiero ver doble… hic!”, exigía Katharine Hepburn aferrada a un vaso de whisky mientras Gary Cooper o Clark Gable maldecían con acento criollo). En Cinema Toast, la necesidad de la época se vuelve virtud: es una serie de la pandemia. Sus creadores, los reconocidos cineastas Marc y Jay Duplass, eligieron películas que pertenecen al dominio público, escribieron guiones nuevos, las reeditaron y grabaron los diálogos con sus amigos comediantes. Todo de manera remota. Cada uno de los diez capítulos de media hora sorprende por el contraste entre las imágenes antiguas que delatan la impostura del actor clásico y los textos modernos que expresan las preocupaciones contemporáneas. Y así, el programa ofrece una serie de reflexiones sobre el lenguaje, lo dicho y lo callado: la incongruencia entre el relato verbal y el idioma del cuerpo. Si es cierto que la lengua no lo dice todo, y que por menos imaginación que uno tenga igual ve signos por todas partes, aquí la disociación provoca antes la inquietud que la carcajada: es imposible interpretar a la vez lo visto y lo oído.
Se disfruta regalarse unos minutos al absurdo aunque uno, de puro cholulo, querría identificar más fácil a los comediantes que doblan las voces. Les regalo a los productores una idea que, de ser yo más emprendedor, podría hacerme millonario: una aplicación tipo Shazam pero que no reconozca canciones sino voces. Escuchando… Ese que habla es el comediante John Reynolds aunque luzca el garbo de James Stewart y diga cosas que en la década del treinta todavía ni se pensaban.