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La vida en el seminario: un misterio de la fe

Si es cierto que en los seminarios “hay mucha mariconada” (lo dijo hace unos días el Papa Francisco, así que debe ser), el libro Él habla en el silencio podría presentarse como testimonio. En la novela del autor argentino Guille Félix, a un seminarista le dicen “la tía”, porque es planchador experto, cocina tortas espectaculares, cura el empacho y cose carpetitas para los altares, y otro sabe que no debería pensar tanto en sus compañeros Julián, Orlando y Santiago, “al menos no como pienso en ellos”. Sin embargo, no es una historia de frociaggine, aunque exista el subgénero porno que imagina aventuras sexuales en los claustros de un convento: castos hasta donde pueden, estos seminaristas se rinden ante los misterios de la fe.

 

Una novela sobre la vida cotidiana de los aspirantes a cura, jóvenes varones que no son justos ni pecadores.

 

En Él habla en el silencio, los personajes orbitan alrededor del secreto. Puro recogimiento. La vocación es secreta y el vínculo, con Dios y con los otros, también es secreto. Aunque el narrador tenga algunas dudas sobre su sexualidad, y no sepa bien si quiere ser cura o escaparse del mundo, no hace nada pecaminoso: se ratea de algunas clases o mira El diablo viste a la moda a espaldas del rector porque “todas las películas son paganas, incluso las que buscan no serlo”. Ahí donde el demonio usa Prada, estos jóvenes aspirantes a cura llevan pantalones pinzados y camisas a cuadros aunque anhelan la sotana y el cuellito blanco: son rituales de transición. Y en su mirada benévola, porque en definitiva desean el bien para sus prójimos, no son justos ni pecadores.

 

Fui a colegio de curas desde el jardín hasta la secundaria y después, cuando pude elegir, fui a la facultad de curas. Ese mundo autónomo siempre fue un misterio. Dramaturgo, guionista y cineasta, Félix tiene la mirada aguda de un entomólogo para exhibir ante el lector ese orbe, “como si fuera otra civilización a la vez radicalmente actual y al mismo tiempo anclada profundamente en una tradición milenaria”. Me habría gustado leer esta novela a los dieciséis, cuando iba al grupo de los sábados de la parroquia y me intrigaba la estudiantina de los curas del barrio: el padre Nacho, el más chico de ellos, apenas un poco mayor que nosotros, combinaba la medida justa de misticismo y juventud, tan lejos y tan cerca de sus fieles adolescentes. Habría querido saber cómo funcionaba la varonería de misas, mateadas, campamentos y fulbito. En Él habla en el silencio, la presencia de Dios es siempre ominosa pero en el claustro, más que el pecado o la falta, se impone la abulia. Los seminaristas no estudian demasiado ni predican con fervor. El estímulo para llegar al final del día no es tanto la última oración como el grupito nocturno donde se juntan a tomar cerveza a escondidas.

 

Pero la culpa es persistente, como bien sabe cualquier católico. En la mitad de la noche, un seminarista se despierta por los golpes secos que escucha del otro lado de la pared y que hacen temblar la cal floja y la cruz de madera que cuelga sobre su cama. Pum. Pum. Pum. Y ahí donde el lector piense que el traqueteo delata el vigor de una cópula prohibida, pronto descubre que el ruido es provocado por otro seminarista arrodillado que golpea fuerte su cabeza contra la pared, sin decir ni hacer nada. Solo él sabrá cuál fue su pecado: como dijo Dante Alighieri, “en las cosas muy secretas debemos tener poca compañía”.

 

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.