“Somos un asco. Somos una maravilla”. En la oposición, un milagro: el del cuerpo humano. Si pudiéramos oír lo que exclama su interior, ¿qué diría? Y si pudiéramos ver con lupa su exterior, ¿qué veríamos? “Las legiones de ácaros que viven en la piel, la microbiota cutánea en toda su gloria, un universo de bacterias y comedones extendido sobre una geografía pesadillesca: yacimientos de queratina, cráteres purulentos, selvas de gérmenes y valles rebosantes de sebo donde pastan insaciables colonias de parásitos foliculares”, escribe el ensayista argentino Pablo Maurette en su Atlas ilustrado del cuerpo humano, un hermoso volumen de tapa dura recién publicado acá, con ilustraciones del barcelonés Julio César Pérez. La voluntad microscópica es detallista, pero no minuciosa: si es cierto que el cuerpo siempre se resistió a ofrecer un mapa definitivo de sí mismo, estos veintidós ensayos anatómicos conforman una cartografía elemental, apenas la Filcar incompleta de un territorio desconocido con kilómetros de arterias.
El Atlas ilustrado del cuerpo humano es un volumen de tapa dura con textos e ilustraciones sobre lo hermoso y lo horroroso de nosotros.
Un asco: “Sería una necedad negar que somos un revoltijo de líquidos viscosos, un cúmulo de olores nauseabundos, una bolsa de entrañas conectadas por conductos pegajosos; que nos llenamos y nos vaciamos de maneras indignas; que berreamos, hedemos y goteamos”, escribe Maurette, a quien el recuerdo de una estatua de mármol en la casa de sus abuelos (un mamotreto que al caer le reventó una mano cuando tenía poco más de un año) desata una red casi infinita de asociaciones y referencias que conjugan lo horroroso con lo sublime: el tajo y la cicatriz pero también la mano modélica de Vesalio. Hay capítulos dedicados a la sífilis, la microbiota intestinal o el pedo, epítome de lo asqueroso para los modales de la buena mesa y ostentación de lo humano para Rabelais, que a la mitad de Pantagruel dota a su héroe de un gas que hace temblar la tierra.
Una maravilla: “Pero también sería absurdo no aceptar que somos seres tibios y suaves, esencialmente tiernos, con gracia y color; criaturas dotadas de voz, capaces de transmitir calidez, de componer poesía y de hilar narraciones”. El milagro de la máquina pluscuamperfecta despierta admiración ahí donde se describe el funcionamiento del pulmón, un órgano con hábito de esponja que anima la elipsis vital (el primer berreo y el último suspiro) o del músculo cremáster, el que contrae los testículos y los devuelve al interior del cuerpo cuando hace frío, en situaciones de peligro o durante el coito y responsable, aun en su ignominia, de la metáfora que advierte el hastío del hombre que grita “¡tengo los huevos al plato!”.
Miembros, órganos, músculos, fluidos, proteínas, funciones y enfermedades: este Atlas ilustrado del cuerpo humano delata las intenciones del body-positivity, el movimiento social de esta época que postula la belleza del cuerpo humano a pesar de que no se ajuste a los cánones tradicionales de lo bello. Y aunque se declare como un elogio al cuerpo, y no una exposición de sus vergüenzas, a veces se acerca a otro género actual: el body-horror (vea la película noruega Sick of Myself y después hablamos). Mortal como unidad, pero indestructible en sus partes, el cuerpo es contradicción pura: envase insignificante o magnífico, despierta repulsión o admiración en tanto provoque miedo a los hombres y deseo a las mujeres, o viceversa.
Publicado en La Nación