Los Cocos: colgados de la palmerita

El televisor de 21 pulgadas, clavado en el canal de noticias y los parroquianos, en plateíta: todos solos, en indiferente desafío a la clásica ubicación preferencial (acá le dan las espaldas a las ventanas) y absortos en la tele para no perderse ni uno solo de los carteles naranjas que dan la voz de ALERTA: otro golpe de motochorros o piquete en la Panamericana. ¡Qué barbaridad! Por la aspereza general ambiente (el mozo es de aquellos de modales recios, de los que nunca miran pero que usan el radar para intuir qué pasa en las mesas), el público es masculino-crepuscular, hombre maduro promedio de este límite catastral entre Barrio Norte y el Abasto. En Los Cocos, esquina de Córdoba y Sánchez de Bustamante, la ambientación setentista no persigue un berretín vintage: los muebles de fórmica y las cerámicas de dibujo geométrico están ahí desde entonces, apenas iluminados por hospitalarios tubos de neón, y el afán de decoración se reduce a los potus grisáceos que cuelgan de las macetas de plástico. Se viene advertido de que aquí servirían el mejor café de la zona, acompañado por históricas facturas: pura masa. Y cumple. El sobrecito de azúcar delata la marca ampulosa (“Cafés y tés finos San Vicente“) y el desayuno se sirve en tazón amplio, con la leche bien espumada y la colación de tres medialunas de grasa (todo, a 11 pesos, más un bocadito de pastafrola y soda en vasito de vidrio modelo dentista). Para evitar el shock glucémico en hora temprana, se pide la factura salada pero, uy, dos cumplen y la tercera aparece pintadísima de almíbar. El entredicho con el mozo se vuelve casi surrealista: aun con la evidencia sobre la mesa, se discute que las tres “son iguales”. La batalla dialéctica la gana él: me rindo ante el peso de la experiencia y me resigno a pegotearme el paladar.
 

Los Cocos. Córdoba 3303, Barrio Norte, Capital Federal. Abierto todos los días, desde las 7 hasta la medianoche. Wi-Fi: no hay. Televisor: siempre sintonizado en el canal de noticias.