Para muchos, la llegada del verano es sinónimo de alegría: la retórica turística nos inunda de imágenes de mares paradisíacos o piletas rozagantes pero, sepa usted disculpar, a mí el verano me deprime. No encuentro incordios mayores que el sol impiadoso de un 15 de enero a las tres de la tarde o la espalda húmeda por la transpiración. A diferencia de la mayoría, el verano me pone melanco: soy inviernista. Por eso, no pudo más que alegrarme (¡vaya paradoja!) la reciente publicación de La melancolía moderna, un ensayo brillante del antropólogo mexicano Roger Bartra que indaga en los motivos de esta época para el ánimo oscuro. ¿Será casual que empecé a leer el libro un domingo a la nochecita, el momento que la cultura popular asigna al pico melancólico? Según Bartra, la “bilis negra”, como se decía en la antigüedad, no sabe de días de la semana: es una expresión del dolor que provoca vivir en un mundo fracturado e incoherente.
El ensayo La melancolía moderna, del antropólogo mexicano Roger Bartra, indaga en los motivos de esta época para el ánimo oscuro.
Entregado a decodificar el gran mito occidental de la melancolía (el único de los estados de ánimo que tiene una expresión invariable en la representación pictórica: los hombros hundidos, la mirada perdida y una mano en la mejilla), Bartra encuentra en el mundo de hoy distintas razones que provocan el malestar: la crisis del capitalismo tardío, la hipervisibilidad de lo íntimo, la descomposición de la política, la sobreinformación cotidiana, el aburrimiento profundo, el inmediatismo y la inercia (nada dice del verano). Si ya en el Antiguo Testamento se hablaba del vir dolorum, el clásico tema cristiano del varón doliente, o se daba sentido a la expresión “llorar como una Magdalena”, la clave de la melancolía estaría en la nostalgia por lo perdido: la infancia, la juventud, el amor, la amistad. Y acá me animo a decir que no hay estación más evocativa que el verano, repleta de recuerdos de las vacaciones infantiles, aquellas en que un abuelo tenaz me enseñó a pescar, o de las ya lejanas excursiones juveniles, como la de aquel enero en Cabo Polonio donde ocho amigos íntimos nos fuimos siendo unos y volvimos siendo otros.
En La melancolía moderna se celebra el ánimo saturnino como fuerza creadora: las grandes ideas, así como las mayores obras, surgen del malestar y no del gozo. La melancolía es a la vez luz y sombra, los polos opuestos que se magnifican con la crudeza del sol de todo verano. No pelee contra ella: escriba, dibuje, pinte, toque el ukelele o salga a caminar. En una de esas se ilumina y encuentra un sentido nuevo porque, como dijo el poeta Víctor Hugo, “la melancolía es la felicidad de estar triste”.