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"Mi villano favorito": despreciable, él

mi-villano-favorito1
 
coffee-break-web2“Despreciable yo”: en su versión original, el título de la última maravilla tridimensional para niños y adultos (Despicable Me) asume la autocrítica en la primera persona (el yo), mientras que la sosa traducción con que se estrena en la Argentina (Mi villano favorito) pone el foco en la mirada del otro. El villano, pues: ¿favorito de quién? Y en todo caso, ¿a quién le importa? La distinción no es sólo semántica: tal vez a la altura de Buscando a Nemo y Up, la película es otra fábula agridulce de autosuperación o descubrimiento de uno mismo, ya no en el diván o en la meditación trascendental: como en todo mito moderno o clásico, en la aventura. Otro paso más en el camino del (anti) héroe. Ese despreciable él se llama Gru y es un archivillano arquetípico, gozoso de pincharle el globo al niño indefenso, obsesionado con robar la Luna, desvelado con ganarse la aprobación y el amor de su monstruosa madre. Es que no hay plan pequeño para conquistar el mundo cuando uno es un malvado de nacimiento. Con el charme de un ex jefe de gobierno afrancesado (lustrosa calva, eterna polera, grisáceo saquito, amables modales), se esfuerza para ser el mayor villano del planeta y ganarle la pulseada al más joven Vector, dueño de la arrogancia del dinero y la tecnología. En la versión original, la voz del capocómico Steve Carell como Gru mezcla maldad con ternura (él mismo dijo que suena como “la combinación de Bela Lugosi con el galán hispano Ricardo Montalbán”). Asistido por el doctor Nefario, un científico loco, y por miles de equecos acaso demasiado inspirados en los extraterrestres de Toy Story, decide poner en marcha su plan maestro… hasta que tres encantadoras huerfanitas golpean a la puerta del archivillano. Y ya saben lo que pasa en toda fábula cuando hay tres encantadoras huerfanitas y un archivillano: se las come o las adopta. En tiempos de discusiones exaltadas sobre los matrimonios igualitarios y las adopciones no tradicionales, Gru y las nenas ensayan una nueva forma de clan. Se vuelven familia. Las reglas del Estado se hacen laxas ante el don de gentes del solterón. Y aunque él se niegue al besito de las buenas noches (no se olviden, ¡es un despreciable archivillano!), en la constancia del cariño desinteresado se puede encontrar, por fin, el amor verdadero.
Publicado hoy en clarin.com

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.