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Sangre, sudor y lágrimas: las crónicas del virus

“Soy positivo”, dice el escritor. Y lo que puede parecer una afirmación de autosuperación personal o un mantra contra la mufa, en realidad es una clínica descripción médica. “Es gracioso, porque al referirnos a nuestra condición de portador de VIH decimos ‘soy positivo’ y, a mi entender, después de veinte años de convivir con el virus, puedo decir que esa es la actitud que me salvó”, escribe Pablo Pérez y sin supercherías ni macumbas confirma que las palabras son sanadoras. Por eso, la publicación de Positivo, un compilado de “crónicas con VIH”, es valiosa como retrato de época: una en la que el virus ya no es inevitablemente mortal y no es protagonista sino parte del narrador.

Durante tres años, Pablo publicó ochenta y siete columnas con el título Soy positivo en el diario Página/12, donde hizo convivir a fisicoculturistas curiosos y osos guardavidas con la burocracia de las obras sociales y el último hallazgo médico: ahí donde un proctólogo sin filtro iba al fondo de su especialidad, un neumonólogo daba con el diagnóstico preciso. El libro Positivo reúne todas las columnas en un mismo volumen y la acumulación ofrece una obra contundente: es un nuevo tipo de aguafuerte porteña o folletín en serie, como los de Armistead Maupin, el escritor que documentó los primeros días del sida en formato de episodios periódicos que se publicaron en la anteúltima página del diario San Francisco Chronicle (ojalá estos sean los últimos días: los cócteles medicamentosos prometen que la convivencia con el virus será crónica). En Positivo, los romances impares se suman a las novedades farmacológicas y, aunque pueda decirse que el amor es la droga más poderosa, acá resuenan las alarmas del reloj para no dejar pasar la ingesta del antiviral.

Durante tres años, Pablo Pérez publicó ochenta y siete columnas con el título Soy positivo en el diario Página/12, donde hizo convivir a fisicoculturistas curiosos y osos guardavidas con la burocracia de las obras sociales y el último hallazgo médico.

En sus obras, Pablo conmueve con un lirismo áspero. Su primer libro fue Un año sin amor, que después se convirtió en la película dirigida por la brillante Anahí Berneri, con el actorazo Juan Minujín en el papel del escritor que ponía el cuerpo en el sexo duro como una manera de librarse del dolor de la enfermedad y reemplazarlo por otro. En la vida de Pablo, los turnos en el hospital público se suceden a las sesiones sadomasoquistas (y al revés) mientras él se aferra a la escritura como salvavidas y se propone narrar su propia existencia. Así busca el sentido de la enfermedad y al final lo encuentra: el virus lo convirtió en novelista.

A través de estas crónicas con VIH puede trazarse una elipsis del sida, desde aquel año 1990 en que Pablo fue diagnosticado mientras vivía en París, cuando la noticia era casi una sentencia de muerte, hasta hoy, el día en que el cóctel se redujo a una sola pastillita, aunque a él le guste seguir diciéndole así, cóctel, porque aligera la idea de bomba química y emparda el remedio con la sensualidad etílica de un Negroni o un Cosmopolitan. Hay sangre, sudor y lágrimas pero, en suma, el resultado es positivo: la enfermedad como camino tiene un destino que no siempre es la muerte. En la parábola de Pablo, “había buscado agarrarse el VIH con el deseo de morirse y ahora estaba viviendo con más intensidad que nunca”. 

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.