Si el mundo es ancho y ajeno, el universo del café entra casi en un dedal. A 120 kilómetros de Ginebra, el pueblito de Avenches (sólo 3.000 habitantes y praderas que parecen calcadas de un capítulo de Heidi) reproduce un modélico orden suizo en sus callecitas fundadas por Julio César hace 2.000 años y en su fábrica de café inaugurada hace 6 meses: ésta es la casa matriz de Nespresso, la división de la multinacional Nestlé que impuso el sistema de cápsulas en todo el mundo y, nomás bajar del micro, el aroma te da una cachetada embriagadora, se posa como una nube de vapor sobre el caserío y crea una atmósfera idílica para el bebedor compulsivo. De aquí salen 14 millones de cápsulas por día (¡más de 5 mil millones por año!), que viajarán empaquetadas en refinadas cajitas de cartón hasta Londres, Seúl, Sydney o Buenos Aires.
Es que la idea se develó genial: la célebre cápsula ya supone entre un 20 y un 40 por ciento de las ventas totales de café molido en Europa, que alcanzan a 13.000 millones de euros (unos 18.000 millones de dólares). Objeto de lujo posible para los urbanitas chic que hacen fila en las más de 200 “boutiques” internacionales donde se vende Nespresso, su revolución cafetera se emparenta con la del iPod en la música, con un coquetísimo objeto de diseño (y de deseo) que aporta función, tecnología y glamour para la actividad tan cotidiana como escuchar una canción o tomarse un cafecito.
En unos poquísimos centímetros cúbicos de plástico y aluminio se concentra la medida justa, 5,5 gramos, para preparar un espresso o un lungo eternamente idénticos a sí mismos, aunque con limitaciones porque sólo están disponibles 16 variedades (pocas, originales, como Rosabaya de Colombia o Indriya From India; la mayoría, blends) y el sistema es cerrado: cafetera y “cartucho” deben ser de la misma marca. En los últimos años, Nespresso ya vendió más de 20.000 millones de cápsulas, que ahora salen todas juntas de esta fábrica que parece la NASA. O, para estar más en sintonía helvética, el CERN, el superlaboratorio que opera a pocos kilómetros de acá y donde los científicos le dan cuerda a la Máquina de Dios, aunque para el cafetero el espresso perfecto sea una módica y personal forma de Paraíso.
Publicado hoy en Clarín
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Suiza: viaje al centro de la cápsula
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