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Una larguísima noche en el museo

Un Cézanne, un Renoir, un Gauguin y un Matisse, entre otros cuadros de pintores impresionistas franceses, y una colección de siete antigüedades chinas: en total, un botín de unos 20 millones de dólares. Eso es lo que se robaron el día después de la Navidad de 1980 del Museo Nacional de Bellas Artes y el asalto rocambolesco, que bien podría servir de argumento para esas películas de ladrones finos, como El caso Thomas Crown o Los renegados, es el disparador de Golpe en el museo, el libro del periodista Imanol Subiela Salvo recién publicado que reconstruye el atraco y va mucho más allá: permite pensar los usos culturales de la Dictadura.

 

Un libro reconstruye un robo que parece salido de una película de ladrones finos, pero fue real, en plena dictadura.

 

En 1976, la junta militar declaró el Museo Nacional de Bellas Artes como uno de los “objetivos sensibles del Estado” porque creía que era un blanco fácil de ataques, robos o atentados; cuatro años después, unos ladrones jamás identificados entraron al museo de madrugada, iniciaron un pequeño incendio y con el saqueo lograron el robo de arte más grande de la historia argentina. El raid delictivo, como les gusta decir a los periodistas policiales, llegó hasta Surinam y Taiwán, hasta el tráfico internacional de armas y el juez Oyarbide. Pero Subiela Salvo, que tiene mucha experiencia en la crítica de artes visuales, supera la crónica de sucesos aunque se proponga escribir un relato policial: basado en la durísima realidad (durante la investigación algunos testigos sufrieron detenciones ilegales, torturas y vejámenes), muestra de qué manera los bienes colectivos primero fueron instrumentos para instalar las políticas represivas de los militares y después, botines para la apropiación de los civiles.

 

“Casi todos hemos aprendido cuánto nos afectó el saqueo financiero del país de la dictadura, cuyo signo más evidente es la deuda externa que hemos heredado”, escribió alguna vez José Nun, exsecretario de Cultura: “Sin embargo, pocos saben que ese saqueo se acompañó no solo del robo de obras de arte, sino también de libros, de más de 50.000 piezas arqueológicas y, a la vez, de la no conservación y deterioro de museos y sitios históricos”. En Golpe en el museo, Subiela Salvo expone el robo como la prueba de un expolio permanente, antiguo como la fundación de Buenos Aires y siempre actual. Así aparece el artista y curador Santiago Villanueva, quien dio al autor la idea para este libro, y al que le gusta pensar el museo como un espacio de peligro latente: “En este caso, lo peligroso ‘es el dinero o la economía que representan las obras que alberga’”. Más allá de los millones del valor del mercado, que en esta época y en todas es el que manda en estas cuestiones, el uso que se les dio a las obras robadas expone esa latencia siniestra: se habrían intercambiado por armas para la Guerra de Malvinas y los últimos estertores de la represión.

 

El caso nunca se resolvió. “Si Imanol hubiera imaginado esta historia ella sería catalogada como un desborde creativo”, escribió la crítica María Gainza, y tiene razón: la esperpéntica realidad nacional ofrece los argumentos que la ficción rechazaría por inverosímiles. Y aunque un Cézanne, un Renoir y un Gauguin hayan vuelto al museo, y hoy cuelguen impasibles en una pequeña sala de la planta baja, los otros cuadros siguen ocultos en algún lugar del mundo como testimonio mudo del insólito acervo argentino.

 

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.