Pone primera y arranca. Si la práctica amatoria comparte retórica con la mecánica (porque del amante se espera que “sea una máquina”), ella va a mil por hora: copula con un auto. No conviene adelantar si queda, o no, embarazada pero la intriga es inútil porque por más que tenga grasa y nafta circulando por sus venas no existe la anticoncepción para el amor entre una mujer y un coche. El fenómeno es el motor en Titane, la película ganadora de la Palma de Oro en el último festival de Cannes que Mubi estrena acá en estos días, pero menos como atracción de feria que como un anticipo de la que será (¿ya es?) una de las grandes utopías de la época: el transhumanismo o cómo las personas nos fusionaremos con los aparatos.
La pasión por el auto, hecha carne: “Titane” anticipa la época en que las personas nos fusionaremos con los aparatos.
Si hace veinticinco años Crash, la película de David Cronenberg, postulaba el fetichismo erótico por los autos ahora Titane actualiza el amor por las máquinas al punto de una comunión carne-hierro: el piercing, como cualquier otro implante metálico en una zona erógena del cuerpo, es apenas el juego previo. La directora francesa Julia Ducournau, que antes había filmado Crudo sobre la obsesión de una estudiante vegetariana por la carne humana, naturaliza la transición como el acto de quien cruza una calle (en latín, trans significa “el que va del otro lado” y es antónimo de cis, “el que está de este lado”) y en la pasión por los autos de Alexia, su personaje principal, radica lo inevitable: de niña ella sufrió un accidente de tránsito por el que le pusieron una placa de titanio en la cabeza y allí no hay elección ni decisión sino dirección (para seguir con las analogías automovilísticas). ¿Vamos hacia una era híbrida? El transhumanismo postula que la nuestra, una raza fallida con una carrocería vulnerable, podrá mejorarse el día cercano en que se amalgame con la tecnología: el futuro inevitable tendrá intelectos potenciados por chips implantados, memorias de fallecidos que sobreviven en inteligencias artificiales o miembros biónicos que convierten a un alfeñique en un Robocop. Parece monstruoso aunque vivamos en la prehistoria de ese salto evolutivo, rodeados por personas con dientes de porcelana, corazones con marcapasos o tetas de plástico.
En Titane se nos convence de que la evolución darwiniana tocó techo pero es una fábula optimista porque después de un gran dolor llega la felicidad de un parto. Ahí donde los fierreros transforman su pasión por el auto en un romance no siempre correspondido (¡maldito carburador!), el pibe tuerca finalmente encuentra quien lo quiera: el amor verdadero es duro como el titanio.