La primera vez que viajé a Nueva York, hace unos quince años, Starbucks tenía unas pocas temporadas y apenas un puñado de locales repartidos por algunas esquinas de Manhattan: acá se tomaba el típico jugo de paraguas yanqui, en hectolitros de café filtrado y recalentado en jarras de vidrio, que el local conoce como “Joe”, justamente algo familiar y promedio. Pero ahora el boom estalló: si es cierto que el café va camino de convertirse en “el nuevo vino”, era lógico que una ciudad adicta a las novedades compulsivas abrazara la causa cafeteril con el fervor de los fanáticos. Los baristas se convirtieron en los dueños de un saber admirable, los Starbucks se multiplican como las ratas del río Hudson, las cafeterías compiten por ofrecer las variedades más exóticas y el fenómeno llegó a la tapa de la revista Time Out, que se maravilló ante el furor cafetero. Alucinado entre la guía de viaje y el diario de un insomne, me propuse la misión de pasar una semana en Nueva York para elegir las siete mejores cafeterías de Manhattan: día por día, la crónica de la ciudad donde sueño que me despierto cada vez que me duermo, a pesar de tantos litros de cafeína.
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Una semana en Nueva York: las siete mejores cafeterías de Manhattan
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