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Volar es drama, aterrizar es comedia

—Azafata, tenemos que llevarlos a un hospital.

—¿Qué es, doctor?

—Un edificio grande donde se reúnen muchos enfermos y casi nunca hay camas libres.

Este es mi preferido de los 178 chistes que se dicen en los 88 minutos de la película ¿Y dónde está el piloto? y aunque la haya visto mil veces, porque es una escala obligatoria en cada tour de zapping, resulta inevitable: me vuelvo a reír. A cuarenta y tres años de su estreno, el libro Surely You Can’t Be Serious, recién publicado en los Estados Unidos, compone un relato oral y coral en el que guionistas, directores, actores y fans reconstruyen la historia de Airplane!, según su título original, y consagran la comedia como la enésima de las bellas artes: una cosa seria.

 

En el libro Surely You Can’t Be Serious, guionistas, directores, actores y fans reconstruyen la historia de ¿Y dónde está el piloto?

 

“Estaba volando a Europa en un 747 y vinieron los pilotos, me sacaron de mi asiento y me llevaron a la cabina para que despegue con ellos… ¡querían decir que habían volado con Murdock!”, recuerda Kareem Abdul-Jabbar, el astro del básquet que la embocó como comediante, apenas uno de los entrevistados en el libro. En su papel de autores, los directores David Zucker, Jim Abrahams y Jerry Zucker, integrantes del legendario grupo ZAZ, esquivan la teoría y privilegian la anécdota: la voluntad inicial de que David Letterman actuara como el piloto con miedo patológico a volar, y su prueba de cámara que fue un desastre absoluto, o el contrato leonino con el estudio Paramount que permitía despedir al trío a las dos semanas de rodaje si la película se volvía “indigna de una producción de Hollywood”. Al final, los inversores obtuvieron bastante más que dignidad: costó tres millones y medio de dólares y recaudó doscientos millones. “Cuando hacés una lista de las mejores películas de todos los tiempos, tenés que incluirla”, dice Judd Apatow, el actual rey de la comedia: “Y si ya no se hacen películas como esa es porque la gente no es lo suficientemente inteligente o divertida como para hacerlas. Si alguien hiciera ahora una película tan divertida, haría mil millones de dólares”.

 

La comedia es tragedia más tiempo: acá el teorema se vuelve ejemplo. Al principio de los 70, las películas-catástrofe como Aeropuerto convertían un Boeing cualquiera en un escenario de vida o muerte. Diez años después, ¿Y dónde está el piloto? empieza con imágenes casi documentales de un aeropuerto hasta que los mensajes que se escuchan por los altavoces sugieren que la realidad… se tuerce. Para Miquel Echarri, periodista de la revista española Icon, en esta película “el humor viene a ser una energía telúrica que lo impregna todo, que juega sin atenerse a ninguna regla y se cuela, en consecuencia, por los resquicios más insospechados”. Allí donde Charlton Heston encarnaba al héroe viril capaz de salvar el avión, aquí uno admira el gesto impasible de Leslie Nielsen, un señor canoso eternamente extraviado al que, según Abrahams, “habíamos visto en 20 o 30 películas pero cuyo nombre ignorábamos”. 

 

Como en un vuelo que se anuncia con turbulencias, la película permanece en estado constante de latencia: siempre pasa algo. Cuatro décadas más tarde no cansa ni se fatiga, aunque la sucesión de gags sea tan apabullante que las carcajadas de cada uno de los 178 chistes hagan que el espectador perezoso se pierda el remate del que viene después: el drama de la comedia perfecta. 

 

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.