Haga memoria: ¿cuántas publicidades de colchones vio o escuchó hoy? Parece mentira pero hace pocos años el estudio sobre el sueño de la Universidad de Edimburgo, el más célebre realizado, había demostrado que no hay diferencias en cuanto a la cantidad de horas dormidas sobre una tabla de madera o un sofisticado colchón de látex. La del colchón es una industria que mueve 76.700 millones de dólares anuales solo en los Estados Unidos y que responde a un imperativo de la época: hay que dormir bien. ¿Pero cómo hacerlo en plena epidemia de insomnio? Es lo que se pregunta el psicoanalista británico Darian Leader en ¿Por qué no podemos dormir?, un ensayo fascinante que acaba de publicarse acá y que devela qué pasa por nuestra mente durante el sueño y su negación.
Ante el insomnio, el libro “¿Por qué no podemos dormir?” busca una respuesta: porque somos humanos y nuestra mente no trae la función “apagar”.
Una actividad en principio tan natural como dormir se vuelve una pesadilla de frustración frente a los estímulos múltiples del ultracapitalismo. Es paradójico: nunca en la historia hubo tantas distracciones para evitar que durmamos las rigurosas ocho horas pero se nos indica que debemos dormirlas sí o sí para rendir al día siguiente. Ese es el cebo perfecto para la industria del sueño, una oferta infinita de colchones, almohadas, pastillas, gotas, clínicas y recomendaciones que prometen lo que a mitad de la noche parece imposible: dormir. “Si antaño se consideraba un estado natural, hoy el sueño se ha convertido en un producto de consumo, algo que debemos pugnar por adquirir y que nunca estamos totalmente seguros de poseer”, escribe Leader. En estos años, uno de cada tres adultos manifiesta problemas para dormir y los trastornos del sueño diagnosticados ya son más de setenta. Ahí donde la luz azul de la pantalla nos obligue a mantener los ojos abiertos, el sueño se nos escurre en el devenir de las horas nocturnas: aunque el teléfono incluya el modo sueño, nos tienta desde la mesa de luz con una cantidad de cosas que nos estamos perdiendo al tener los ojos cerrados. “Por si no sufriéramos bastante por el hecho de no poder detener tan incansable cadena de demandas, el sueño no ha hecho sino añadirse a esa lista”, concluye Leader.
No hay cosa peor para un insomne que decirle “tenés que dormir”. El imperativo refuerza la impotencia, como la del ansioso al que le exigen que se calme. Ante el insomnio, en ¿Por qué no podemos dormir? se busca una respuesta: porque somos humanos y nuestra mente no trae la función “apagar”. Y si esta noche no puede dormir, más que ovejitas cuente las publicidades de colchones que recuerde, de ésas que tienen jingles tan pegadizos que nos quitan el sueño.
Publicado en La Nación