Una promesa de amistad eterna, aun entre ricos y pobres: en estos días, la tele repite el video We Are the World, aquel de 1985 y con Michael Jackson como rostro del proyecto filantrópico USA for Africa: los músicos color café se compadecían de los que nacieron con menos suerte del otro lado del Atlántico. Y mientras se usa a Africa para lavar las conciencias de Beverly Hills, la infusión del continente negro gana terreno en las tazas del mundo.
Nacido en Etiopía hace como mil años, el café fue africano antes que nada: la leyenda cuenta que el pastor Kaldi descubrió el efecto energizante entre sus cabras al probar unos pequeños frutos rojos (los cafetos). Si la exquisita revista Vanity Fair recomienda en su último número volver a ver alguna película de Ousmane Sembène, recordar las raíces de Yves Saint-Laurent (era argelino) o reservar un vuelo a Madagascar, para oler el aire de Africa no habrá que ir más lejos que hasta el bar de la esquina. Con amplísimas plantaciones en Etiopía y en Kenia, donde se cultiva el mejor de la zona, el café africano ya es menos exótico y más cotizado. Que el sommelier vocacional cierre los ojos y haga la prueba: cumplidos los primeros rituales de la degustación (nada de azúcar, sorber haciendo ruido), el africano retumba como un tambor zulú: fuerte, poco ligero, de mucho cuerpo, gustoso, con sabor intenso, ideal para tomarlo solo.
De este lado del océano, la etiqueta Kenia Keekorok (Establecimiento General de Café, a $ 60 el cuarto kilo) recuerda su cercanía con plantaciones de cacao y se vuelve casi una golosina; el Ethiopian Harrar (Coffee Store, $ 31 el cuarto kilo) homenajea con acidez todas las leyendas sobre el nacimiento de la infusión; y el Kenya (Starbucks, $ 34 el cuarto) se presenta tan “exótico y audaz” como el elefante que se asoma en el paquete por delante de un sol anaranjado. Si en el Día del Amigo el convite básico invitará “¿tomamos un café?”, el bebedor con inquietudes podrá lucirse proponiendo maridajes. Por sus notas ácidas y aun cítricas, el africano combina con un budín húmedo de limón o con galletitas de naranja. Y ante la propuesta indecente de un mozo inexperto (“¿cortado o con crema?”), el sommelier de café será respetuoso de las raíces, y ordenará: “Para mí, bien negro”.
Publicado hoy, en Clarín.
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