En 1981, durante un viaje por Milán, el ítaloamericano Francesco Curatolo tuvo una visión: copiar el modelo de preparación del espresso italiano e inaugurar un nuevo paradigma del consumo en Norteamérica (calculen que esta historia empieza diez años antes de que Starbucks abra su primera cafetería). De regreso a este continente, don Francesco hizo su primera escala en Seattle, la pequeña patria cafetera de los Estados Unidos, y después se mudó a Vancouver, en Canadá, donde tres años después abrió su ahora célebre café Milano: desde entonces, se mantiene como sinónimo de espresso bien tirado y como uno de los tostadores más minuciosos de la zona. En Milano, además, se impuso el modelo de “tasting bar“: con 8 variedades de espressos que se renuevan todos los días, propone una degustación “conciente” y se especializa en el arte de tomar.
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Cafés del mundo: Milano, de Canadá
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