Como casi cualquier hombre promedio, siempre tengo calor: fundamentalista del aire acondicionado, soy todavía más fanático del café que del legendario estado de bienestar que proveen los 24 grados recomendados. Por eso, no encuentro diferencias entre tomar café en verano o en invierno aunque la postal idílica codicie el aguanieve o la escarcha. Para mí, una excusa similar a la de aquel que necesita un sillón de cuero al lado de una chimenea ardiente y un perro lanudo a los pies para agarrar un libro: se lee o se toma café en cualquier lado y con los cuatro climas. En una ciudad virada al clima subtropical, el invierno como estación mítica admite el cappuccino con leche bien caliente o las variedades más etílicas, como el café irlandés (¡con whisky!) o las variaciones que prefiero aunque sepa que son propias de una tía María: con un chorrito de Amarula o licor de café. El espresso doble o triple, bien humeante, se me antoja ideal para pasar un buen rato leyendo al lado de la vidriera de un bar: la media tarde del invierno, tempranamente oscura, anima a la lectura concentrada y el líquido bien negro. Y si bien no puedo decidir adónde tome el café más calórico de mi vida (lo disfruté parado en el medio de la Plaza Roja de Moscú o acostado sobre una colchoneta inflable haciendo la plancha en el Mar Caribe), aquel espresso acompañado por un vaso de tiramisú en Moscú perdura como el tónico perfecto para una vieja noche fría, aunque tal vez haya ayudado algo la petaca que también llevaba, repleta de vodka.
Publicado en Los Inrockuptibles
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Cómo tomar café en invierno

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