“Perdone… hum, ¿qué clase de lugar es este exactamente?”. Motivado por la curiosidad, el periodista californiano Lawrence Weschler preguntó a un tal David Wilson de qué se trata su Museo de Tecnología Jurásica tras admirar su esperpéntico catálogo: un murciélago que emite ondas capaces de atravesar el plomo, una hormiga cantante con un cuerno sobre la cabeza, un carozo de ciruela con escenas bíblicas talladas… La experiencia está narrada en El gabinete de las maravillas de Mr. Wilson, un fabuloso ensayo recién publicado acá en una nueva edición: donde lo real parece ficticio, y al revés, una fusión de ciencia y poesía.
En El gabinete de las maravillas de Mr. Wilson, la visita a un museo insólito permite reflexionar sobre el límite entre lo verídico y lo verosímil.
En 1988, Wilson abrió su museo en el Venice Boulevard de Los Angeles y allí exhibe una colección de objetos deslumbrantes que recuperan el espíritu de los viejos Wunderkammern, los gabinetes de las maravillas típicos del siglo XVI, o de los episodios más logrados de Créase o no, de Ripley. El periodista Weschler había oído algo acerca del museo y en una visita a la ciudad decidió conocerlo. Quedó impactado. “La palabra maravilla se refiere tanto a los objetos exhibidos como al estado subjetivo que estos objetos inevitablemente inducen en sus respectivos espectadores”, escribió en este libro que fue finalista del premio Pulitzer de no ficción. La exploración del catálogo lo llevó a reflexionar sobre la tradición de lo maravilloso en la cultura humana y la utilidad social de un museo en tanto mantenga su misión original de invocar a las musas y sea un lugar donde la mente pueda distraerse de los asuntos cotidianos.
Pero, ¿el murciélago con visión de rayos X y la hormiga con cuerno realmente existen o son puros inventos? No importa. La verdadera esencia del lugar es que algo no encaja del todo y lo que se expone como evidencia documental podría ser utilería descartada de un estudio de Hollywood y esa misma duda, la posibilidad de que todo sea un timo, es la que genera su atractivo. En El gabinete de las maravillas de Mr. Wilson, el autor compone una obra sobre uno de los grandes temas de esta época: la oposición entre lo verídico y lo verosímil. En su museo, el señor Wilson “satiriza perfectamente las cansinas, pedantes, cualidades de ‘autentificar’ el saber”. Más que mitómano o embustero, es un recolector de maravillas al que conmueve el sentido de fascinación en sí mismo. En una mezcla de parodia y reverencia, el murciélago, la hormiga y el carozo se convierten en “fenómenos conocidos por la ciencia, si es que son conocidos por alguien, a causa de su aparición en el museo mismo”. Son como esas celebridades de hoy sin fama ni obra que se hacen conocidas en tanto se hagan tratar como famosas.
El Museo de Tecnología Jurásica tiene lugar para cualquier cosa que sea extraña. En su análisis de los Wunderkammern, el historiador Stephen Greenblatt había dicho: “La expresión de maravilla representa todo lo que no puede ser comprendido, y que apenas puede ser creído. Llama la atención hacia el problema de credibilidad y al mismo tiempo insiste en la irrefutabilidad, en la exigencia de la experiencia”. Al fin de cuentas, se trata de creer o reventar: como escribió Borges en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, su gabinete de las maravillas del libro Ficciones, “los metafísicos de Tlön no buscan la verdad ni siquiera la verosimilitud: buscan el asombro”.
Publicado en La Nación