Una teoría del psiquiatra noruego Finn Skårderud dice que los humanos nacemos con un déficit de alcohol y que por eso necesitamos un 0,05 por ciento de vino en sangre para ofrecer la mejor versión de nosotros mismos. Esa es la tesis de la que parte la película danesa Druk, también conocida como Otra ronda en algunos países en los que se estrenó: en crisis de los 40, un profesor de Historia empieza a animarse con unas copas para combatir la desidia cotidiana y deja de ser un perdedor para volverse popular. Si es cierto que un poco de alcohol funciona como lubricante social (lo es), aquí los efectos psicológicos de la desinhibición llevan al profesor más cerca de la ruina que de la gloria: “No seremos los primeros en beber durante el día”, anima a los colegas: “Dicen que Hemingway solo tomaba hasta las ocho de la noche”.
¿Somos mejores con vino en sangre? Según una insólita teoría, nacemos con un déficit de alcohol en sangre y por eso necesitamos tomar.
Yo mismo leí, y seguí, el consejo de Hemingway: “Escribe borracho y corrige sobrio” (junto con Churchill, el autor de París era una fiesta es uno de los santos patronos de beodos y borrachines con ambiciones). En Druk, el profesor de Historia empieza a desmoronarse: está pasado de copas. La película de Thomas Vinterberg muestra ese momento del que el bebedor nunca es consciente, el instante exacto en que deja de ser el doctor Jekyll para convertirse en el señor Hyde. Según María Moreno, mi maestra de escritura y tomadora legendaria, cada noche en el hogar todo evoca la lista interminable de las obligaciones del día siguiente pero en el bar es posible el olvido de la finitud. “Desde fines del siglo pasado, el alcohol se convirtió en signo de la degeneración obrera, fractura de la familia y fuente de enfermedad y miseria”, escribió en su libro Black Out, donde recuerda algunos de los apagones que sufrió por el whisky: “El alcohol anestesia los efectos del trabajo diario”. Aun con las diferencias gigantescas que existen entre los laburantes argentinos y los escandinavos, Druk pone en pantalla lo que resulta revulsivo para esta época: beber en el lugar de trabajo para hacer soportable aquello que se vuelve un infierno.
¿Somos mejores con un 0,05 por ciento de alcohol en sangre? Probablemente no. El propio autor de la teoría insólita recomienda no seguirla (“nunca he formulado dicha teoría, pero sí he sido entusiastamente tergiversado”, dice ahora Skårderud). Es que el vino despierta aquello que se conoce como “punto de encendido” porque cuanto más se toma… más se quiere tomar. En tanto combustible, todo es cuestión de graduación: el alcohol hace arrancar el motor o nos quema vivos y de ahí solo hay un vaso hasta la última curda.