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El antídoto contra un hombre lobo

Las brujas existen y que las hay, las hay. Si hace cuatrocientos años eran quemadas en hogueras públicas por sus demoníacos encantos hoy se sabe que en realidad fueron unas pobres enfermas: tenían ergotismo, un mal causado por un hongo que aparece en el centeno y que afecta el funcionamiento del sistema nervioso, altera el estado de ánimo y provoca alucinaciones. El único pecado de aquellas brujas fue comer pan en mal estado. Las cachavachas son apenas algunas de las criaturas que aparecen en el libro La ciencia y los monstruos, recién publicado acá con un subtítulo inquietante: Todo lo que la ciencia tiene para decir sobre zombis, vampiros, brujas y otros seres horripilantes. El científico mexicano Luis Javier Plata Rosas abre su gabinete de las maravillas para ofrecer una explicación racional a los fenómenos más aterradores y echar algo de luz sobre los monstruos que, en la oscuridad de la noche, nos quitan el sueño. 

Aunque se pueda pensar que se esconden debajo de nuestra cama o adentro del ropero, los monstruos contemporáneos viven en el cine. Y según la psicología evolutiva, las películas de terror son la versión moderna de los ritos ancestrales creados por las sociedades de todo el mundo, y de todas las épocas, para incentivar a los jóvenes a dominar el miedo. Clásico eterno para una primera cita, una función en trasnoche de Pesadilla o Martes 13 sirve para evaluar el comportamiento de cada género ante el peligro. Se dirá que la palabra monstruo viene del francés monstre, que a su vez tiene raíz en el latín monere, que significa advertir. Con su aspecto horroroso, la presencia de los monstruos nunca pasa inadvertida, pero… ¿cuánto muestran de nosotros mismos? Desde los clásicos Frankenstein, Dracula, la Momia y el Hombre lobo, que fueron las estrellas más populares y peor remuneradas de los estudios Universal, hasta los vampiros erotómanos de Crepúsculo, los monstruos actúan como imágenes nuestras reflejadas en un espejo deformado: encarnan lo diferente y aquello que no alcanzamos a comprender. Pero lo fascinante de la ciencia es que, más allá de las interpretaciones, puede ofrecer explicaciones racionales.

Los zombis existen en Haití desde tiempos inmemoriales: los viejos hechiceros son expertos en el suministro de un polvo hecho con el hígado de un pez globo que deja a la víctima en estado catatónico, como si estuviera muerta pero viva. La licantropía está diagnosticada desde la antigua Grecia y era una forma extrema de melancolía, cuyos enfermos imitaban las costumbres de los lobos al vagar solitarios por las noches: los depresivos ni se afeitaban y en plena oscuridad su hirsutismo podía ser confundido con el pelaje de un Hombre lobo. “En los comienzos de la ciencia moderna, otro era el adjetivo que describía mejor a un monstruo: ‘maravilloso’, algo que rompía por completo con las leyes que la naturaleza tenía que obedecer y que los científicos intentaban descubrir”, escribe Plata Rosas. El método científico aplicado a explicar aquello que nos asusta es un gran acto de justicia con zombis, vampiros y brujas porque, al decir de Marie Curie, “en la vida no hay cosas que temer, sólo cosas por entender”.

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.