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El cambio de clase de los viejos barrios

En el barrio ferroviario de Toronto donde creció la filósofa Leslie Kern el olor típico de los trenes compite con la esencia que escupen las cafeterías de especialidad y las panaderías veganas. El fenómeno no es solo canadiense (si usted vive en Palermo o en Chacarita, estos aromas de la modernidad reemplazan el olor de la grasa de los talleres mecánicos o el perfume de las flores del cementerio) y se llama gentrificación. Tal vez lo haya oído: es el proceso por el cual un barrio se transforma, con argumentos de progreso, y termina expulsando a sus vecinos. El tema me desvela, literalmente: vivo en un barrio que nunca no tiene un edificio en construcción en la cuadra y me despierto, sí, con el aroma de la panadería vegana pero también con el ruido de los taladros.

 

¿La gentrificación es inevitable? Ahora las ciudades expulsan ya no solo por el precio de los alquileres sino por raza, edad, capacidad o sexo.

 

“Un cambio de clase”. De eso se trata, según explica Kern en su ensayo La gentrificación es inevitable y otras mentiras, recién publicado acá, y cita a la socióloga británica Ruth Glass que inventó el término en 1964: proviene de la palabra gentry, que en inglés significa “alta burguesía”, y el neologismo no podría ser más justo. Piense en un barrio como el Junction torontoniano, el Soho neoyorquino o el Palermo porteño. Venidos a menos por sus playones, industrias o talleres, empiezan a ser ocupados por las clases creativas (artistas, bohemios, estudiantes…) que no pueden pagar algo mejor y hacen que la zona se vuelva interesante. Llegan los comercios y los restaurantes. Después, los inversores inmobiliarios. Las casas se demuelen para construir edificios. Todo sube de precio. Primero se van los vecinos de antes y finalmente, las clases creativas que inyectaron vida al lugar. ¿Qué queda? Un barrio caro, exclusivo y desangelado. Si la gentrificación es el drama urbano de esta época, Kern es revulsiva: no acusa a los recién llegados bienintencionados sino que dispara contra los gobiernos municipales, los desarrolladores inmobiliarios y los millonarios acaparadores que lucran con el terreno y generan ciudades que expulsan ya no solo por el precio de los alquileres sino por raza, edad, capacidad o sexo.

 

Aunque los agentes inmobiliarios sean los tipos más creativos del mundo (¿Palermo Bagdad?) y uno no quiera vivir en un barrio moribundo (Palermo Dead: existe) prefiero aquello que estimule la convivencia y no la expulsión. “Este es un libro sobre la lucha por evitar que la gentrificación se lleve por delante todo lo que a muchos de nosotros nos gusta sobre la vida en la ciudad”, escribe Kern y yo invito: marche un flat white para el taller mecánico.

 

Publicado en La Nación + Ilustración: La Tercera

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.