En mis ratos de ocio, siempre fascinado por los mapas, jugaba a contar cuántos mares recordaba: sin repetir y sin soplar, el Argentino, el Rojo, el Negro, el Caspio, el Mediterráneo, el Adriático, el Tirreno, el Muerto… Como podría seguir, me preguntaba entonces por qué se habla de “los siete mares” y finalmente descubrí que la expresión viene desde hace mucho mucho mucho tiempo, cuando se decía que “quien quiera llegar a China deberá cruzar los siete mares”. Pensar en ese barco antiquísimo rumbo al Lejano Oriente me daba más excusas para distraerme. En mis ratos de negocio (literalmente, la negación del ocio: o sea, cuando sí o sí debo sentarme a trabajar), mi escritorio parecía un mar embravecido: de tan revuelto, se hundían las lapiceras en un océano de post-its, se ahogaban los lápices en un tsunami de papeles. Soy de los que necesita tener una mesa ordenada para que se me acomoden las ideas. Por eso, la llegada a mi escritorio del Capitán del Orden puso proa hacia la organización. Su forma icónica, que rememora los barquitos de papel que armábamos en el recreo, me devuelve a los años lejanos en que enumeraba los mares que conocía. El mío es blanco, del mismo color que eran aquellos hechos con hojas arrancadas al cuaderno. Y en un compartimiento guardo las lapiceras; en otro, los lápices; en uno más, los sacapuntas y las gomas de borrar; al fondo, las chinches y los clips. Antes repartidos por mil rincones, ahora todos los elementos están en una convivencia armónica, contenidos por el barco. ¡Es el arca de Noé de los artículos de librería! Mucho tiempo después de mis años de escuela en los que armaba barquitos de papel leí que el barco es el símbolo universal del vehículo de la existencia. Todo tiene sentido. La casa está en orden, pues. Como cualquier barco, el Capitán del Orden siempre tira hacia adelante y, para el escritorio o la vida, ofrece una promesa de avance continuo: no es casual que se diga, cuando todos estamos en la misma, que nos embarcamos en un proyecto colectivo.
Soy de los que necesita tener una mesa ordenada para que se me acomoden las ideas.